«Un fraile me hizo amar El Quijote»

28/11/2011 a las 02:10h.

—Tras ganar los premios Nadal y de la Crítica mantuvo años de silencio literario para reaparecer con su monumental «Verdes valles, colinas rojas». ¿Por qué?

—Renegué de las editoriales comerciales, a veces publiqué en pequeñas empresas en silencio y tranquilidad. Fueron treinta años duros de olvido.

—Un fraile, don Ignacio, le hizo amar la lectura. ¿De qué modo?

—Un muy grato recuerdo. Don Ignacio era robusto y de nariz aplastada. Le llamábamos «el boxeador». Entrañable, sonreía al hablarnos. Impartía literatura. Puestos en corro, leíamos fragmentos del Quijote por turno. Por primera vez amamos El Quijote. Don Ignacio lo comentaba. ¿Así empecé? Me gusta creer que sí.

—Usted alternaba su labor entre la fábrica de gas y en la editorial Fher. ¿Para escribir en libertad hay que vivir de otro trabajo?

—El escritor que no posea un banco y quiera crear en libertad deberá contar con un trabajo paralelo. Desde la primera línea todos hemos querido vivir de la literatura. No dependamos de la literatura, sino ella de nosotros.

—¿Existe el compromiso político del escritor? ¿Cuál es el suyo?

—El escritor puede tener o no ese compromiso como cualquier ciudadano. ¿El mío? La libertad.

—¿Antes de empezar a escribir leía usted un pasaje de Faulkner y retenía su música? ¿Qué otros autores le marcaron?

—Sí, es verdad. Luego, también navegué con la música de García Márquez. Es una dependencia de los que no somos genios. Lo de Dickens, Mark Twain, Stevenson, Thoreau es directo calor humano.

—Los hermanos Marx, Laurel y Hardy alegraron su juventud y los quiere. ¿Cómo le marcaron?

—Con el humor, que no es evasión, sino confraternizar con la realidad para entenderla mejor. Amo furiosamente a las personas, libros, películas, perros y gatos que me han hecho reír.

—¿De qué está enamorado hoy?

—De la vida, de quienes estuvieron conmigo, de quienes están hoy.