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Carlos Ruiz Zafón: «La nostalgia es una ciencia peligrosa e inexacta»

El autor barcelonés regresa al Cementerio de los Libros Olvidados con «El prisionero del cielo», novela que empieza a desenredar los misterios de esa Barcelona oscura y embrujada

Carlos Ruiz Zafón: «La nostalgia es una ciencia peligrosa e inexacta» INÉS BAUCELLS

sergi doria

Le apetecía «volver con Daniel y Martín a una aventura nueva», confiesa Carlos Ruiz Zafón, quien, después del escorzo gótico de «El juego del ángel», recupera luz para firmar la tercera entrega de esta serie nacida de una Barcelona embrujada que, lluviosa y gris, se alía con el autor para aclimatar el alumbramiento de «El prisionero del cielo».

—Este clima lluvioso parece acompañar a sus novelas… Se dice que tienen ecos de Borges, atmósferas de Dickens... ¿Cómo recibe los piropos?

—El escritor debe respetar tanto los «piropos» como las opiniones críticas, pero no prestarles demasiada atención... Conviene mantener la objetividad sobre tu trabajo, ser tu primer y último juez. Al final del día quedas a solas con tu conciencia. Los piropos los agradezco, pero uno ha de mantener su propio radar: saber de dónde viene y adónde va sin esperar que los demás se lo tengan que decir.

—¿Qué vamos a encontrar en «El prisionero del cielo»?

—Una novela que conecta con el mundo del Cementerio de los Libros Olvidados, posiblemente más cercana a «La sombra del viento» que a «El juego del ángel» en el tono y la experiencia lectora. Una novela dinámica, para disfrutar, que intenta aportar emoción, aventura, humor, magia y romance. Más ágil y amable que «El juego del ángel», el trago más oscuro y difícil del cuarteto. «El prisionero del cielo» nos permite reinterpretar «El juego del ángel» y «La sombra del viento». Lo que algunos lectores encontraron confuso o ambiguo en «El juego del ángel» —su final, su significado— queda aclarado. Es la novela de Fermín Romero de Torres: las circunstancias que han conformado al personaje quedan reveladas.

—La serie ha tomado el nombre Cementerio de los Libros Olvidados. ¿Tenía prevista esa denominación?

—Siempre estuvo allí. Desde el inicio, cuando intentaba explicar en qué consistía esta idea de cuatro novelas independientes pero conectadas, siempre decía que el corazón de este universo era el Cementerio de los Libros Olvidados: de ahí el nombre del ciclo. No podía llamarse de otro modo, supongo.

—Ha tardado menos tiempo que el transcurrido entre sus entregas anteriores...

—El momento más difícil, como he dicho, fue «El juego del ángel». A partir de ahí, los acontecimientos y la acción se precipitan: todo empieza a encajar y el ciclo cobra impulso y fuerza. Me apetecía salir del túnel oscuro.

—¿Qué añora de la Barcelona que transformó la Olimpiada del 92?

—La nostalgia es una ciencia peligrosa e inexacta. Hay que ser cautos a la hora de añorar los lugares de la infancia y la juventud, porque a menudo lo que añoramos en realidad es esa misma juventud, lo que hemos perdido y no puede volver, y no los escenarios que asociamos con ello. La ciudad ha cambiado mucho, sí: en algunos aspectos prácticos para mejor. De ello no hay duda. La Barcelona de mi infancia era una ciudad y un tiempo que no son necesariamente buenos candidatos para la idealización. Por otro lado, sí creo que hay algo en la esencia de la ciudad que se ha ido diluyendo desde entonces; algo difícil de definir, pero que para mí siempre ha sido valioso y que, a mi manera, intento recuperar y plasmar en estas historias.

—Sus novelas han propiciado rutas literarias que atraen a turistas. El turismo es hoy la principal fuente de ingresos de Barcelona, pero los barceloneses muestran cierto hastío.

—Sucede en muchas capitales. El turismo es un motor económico innegable, pero inevitablemente sumerge a las ciudades en una atmósfera de irrealidad, plástico y souvenirs. La vida real se retira de los lugares emblemáticos y la sustituye esa especie de parque temático hueco y mercantil que, a quien nació en ese lugar, acaba por aburrirle. Es un mal de nuestros tiempos. Sin ánimo de dramatizar, es un poco una prostitución leve, regulada y perfumada de los espacios públicos. Pero todos somos turistas, tarde o temprano, en algún lugar. Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra.

—En «El juego del ángel» aparecía el demoníaco Corelli y ahora nos las tenemos con Mauricio Valls, un jerarca de la cultura franquista de turbio pasado. ¿Piensa en algún personaje real?

—Valls es un villano muy peculiar, hay muchos aspectos en su compleja personalidad. De algún modo, parte del personaje engloba y personifica muchas de las cosas que vemos en nuestra sociedad, en los mecanismos del poder, de la vida pública, de la «versión oficial» que se nos quiere vender... En él vamos a encontrar y descubrir buena parte de las turbias reglas del juego de la vida.

—«El prisionero del cielo» brinda una trama dialogada y veloz hacia un desenlace que suena a inmediato «Continuará»… Los lectores querrán conocer, más pronto que tarde, el final de la tetralogía…

—Confío en que no tengan que esperar mucho. La historia ha entrado ya en la recta final y es cierto que existe esa tensión por dispararse hacia el desenlace y al gran final. También la siento yo como autor y me apetece regresar a ese mundo y poner toda la munición para el gran fin de fiesta.

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