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Juan Eduardo Cirlot, el artista polifacético

Arts Santa Mónica acoge «La habitación imaginaria», muestra dedicada al poeta barcelonés

Juan Eduardo Cirlot, el artista polifacético CATALÀ-ROCA

SERGI DORIA

Llega un momento en que el creador hace inventario. Y si inventariar casa con inventar y con imaginación, el resultado da una habitación imaginaria. El 29 de mayo de 1971, Juan-Eduardo Cirlot (1916-1973) hizo un viaje alrededor de su habitación y reunió las joyas de su imaginario en un poema que tituló “Momento”. A su alrededor, una estancia repleta de libros, espadas colgadas de la pared y dos cruces góticas. Fotografías de Bronwyn, la musa de su arte poética que frecuentó de 1966 a 1971; versos, citas, ideas. El reloj marcaba las seis de la tarde y rumiaba Cirlot sobre la imposible reencarnación como caballero cátaro del siglo XI en Carcasona. Hacedor de partituras que acabó destruyendo escuchaba en aquel momento Débussy: aunque no era un músico tan favorito como Schönberg, “no deja de ayudarme cuando estoy triste, que es casi siempre…”

A partir de aquel poemático momento se conforma “La habitación imaginaria”, primera exposición Barcelona del creador que conjugó en una obra polifacética el pasado y futuro para fundirlos en el presente de la posguerra. El comisario de la muestra, Enric Granell, nos guía por las anticipaciones del autor de ciclo de Bronwyn. Un cuadro de Joan Ponç dedicado al juglar, con la Sagrada Familia de fondo, nos habla de la vinculación de Cirlot con el grupo Dau al Set (Brossa, Cuixart, Tàpies, Tharrats, Puig). Aquel poeta, músico, crítico de arte, ensayista, teórico de los símbolos y conectado con las vanguardias europeas a través de Breton y Schönberg había nacido en La Pedrera de Gaudí: una imagen muestra un niño en un ondulante balcón del gran arquitecto. En los años cincuenta, Gaudí era el gran olvidado de la cultura catalana y Cirlot uno de los pocos defensores de sus obras.

De Pedro IV a Tàpies

La muestra se ha organizado, explica Granell, en tres apartados, dedicados respectivamente al imaginario estético, las geografías y mujeres imaginarias. En el primero hallamos las fichas de un diccionario de las artes de 1954 todavía inédito; una carta a Breton explicándole un sueño que dio origen a su libro homónimo de 1951. Artículos sobre espadas y la espada que siempre deseó poseer: perteneció al rey Pedro IV y se conservaba en la catedral barcelonesa. Granell nos cuenta que Cirlot le daba una propina al vigilante para poder empuñar el acero. Las espadas fotografiadas por Català-Roca inspiran un paisaje de rejas de Tàpies.

Libros curiosos, como el dedicado en 1950 a “Ferias y atracciones” que veía como parques temáticos del eterno retorno (en una cabina del museo de autómatas de Tibidabo vemos un poeta durmiente). Geografías imaginarias de Egipto, Roma y el africano Cartago que motivó un libro. Las películas sobre las que Cirlot escribía en La Vanguardia. La oda a Gaudí (con instrucciones para el recitado). Suena música recuperada: un soneto de Brossa para soprano y trompeta. Poemas-partitura que llamó “variaciones fonovisuales”. Las mujeres imáginarias: Susan Lennox, nacida de Greta Garbo en el bar Cádiz del Barrio Chino, Lilith (Silvana Mangano), Inger y la definitiva y definitoria: Bronwyn, nacida del cruce de Hamlet y un señor medieval de la guerra. Cirlot, por fin reencarnado, en su ciudad natal.

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