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El Liszt portugués

ROSA SANZ HERMIDA

La segunda jornada del «Ciclo Listz» organizado por Juventudes Musicales de Valladolid ha contado con la presencia de António Rosado, uno de los pianistas más interesantes del panorama actual. Su pianismo tiene su sello particular, que aúna virtuosismo, carácter y energía, cualidades que le convierten en un músico idóneo para afrontar un repertorio como el elegido para este concierto, con obras de extrema dificultad, muy comprometidas para el intérprete.

Fulgurante en las «Harmonies du soir»; ensoñador y electrizante en la «Ballade nº2»; vertiginoso en la «Paraphrase Rigoletto de Verdi»; preciso y definido en «Les cloches de Genève»; contrastado tímbricamente en la «Paraphrase sur Faust de Gounod», y muy matizado en la «Sonata en Si menor, S. 178», la «joya de la corona» del piano romántico. Todo cuanto toca Rosado lo llena de una energía descomunal, provocando lecturas muy vívidas, llenas de nervio y tensión dramática, en un continuo desbordamiento sonoro. Quizá este desbridamiento pueda considerarse excesivo, bajo una mirada idealizada de la estética romántica. Pero a este propósito no hay que olvidar la impresión que causaba el propio Listz, considerado el mejor pianista de su época, cuando se decía de él que conseguía «tonos que son más puros, suaves y enérgicos que los que nadie ha sido capaz de conseguir», o que «cuando se convierte en impetuoso y enérgico en su fortissimo, sigue siendo sin dureza ni frialdad». Sí, el pianismo de Listz era, en palabras de Caroline Boissier, madre de una de las alumnas del compositor en París, de un «encanto indescriptible», caracterizado por el contraste, no entre fortes y pianos (que probablemente radique en esto nuestra equivocada visión), sino entre pasajes en los que el alma se muestra en toda su descarnadura y pasión, y otros en los que habita «una sensación de fatiga y abatimiento, una especie de frialdad, porque esta es la forma en la que funciona la naturaleza».

António Rosado es conocido como «el Listz portugués», elogio merecido, creo, en lo que respecta a la intensidad y «verdad» con las que afronta la obra listziana. En él no hay convención, sino convicción; no rutina, sino entrega apasionada.

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