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Sara, Sara

Los Nuevos Ministerios en Madrid se terminaron gracias a una viñeta de Mingote en la mesa de Franco: en ella, el guarda de la obra presumía de tener «un trabajo para toda la vida».Quienes durante lustros vimos a Zubizarreta figurar en las alineaciones del Combinado Autonómico de Villar llegamos a pensar que era el guarda de los Nuevos Ministerios de la viñeta de Mingote. Hasta que este sábado, en otro de esos bolos de Villar, llegó Casillas a Wembley y «le empató» el registro a Zubizarreta, aunque el equipo perdiera; eso, sí: desde el cariño, como le gusta al marqués. Siempre desde el cariño.

Como el que pierde (amorosamente) a Casillas y a Sara Carbonero, «Sara, Sara, / sweet virgin angel; sweet love of my live», que ayer arrancaba su glosa de Casillas en el periódico con unos cantares que ella, como miembro de la generación mejor preparada de la historia, «Sara, Sara, / don't ever leave me, don't ever go», atribuía a Serrat: «Caminante, son tus huellas el camino y nada más...» Etcétera. Y coronaba:

—Si estuviera aquí el capitán de la selección española, no nos dejaría escribir mucho...

No estaba el capitán de la selección española, pero estaba el redactor-jefe del «Marca», y gracias a eso Rajoy, que es su lector, habrá podido leer la glosa de amor a un portero de fútbol.

—Sleeping in the woods by a fire in the night / Drinking white rum in a Portugal bar…

Portugal. Siempre Portugal.

¡La que el rapsoda de Bielsa le montó a Mourinho por no sacar a Casillas en el Trofeo Bernabéu!

Recordemos que Casillas debe lo que es a la «baraka» y al trabajo. Sin «baraka» sobra el trabajo, y sin trabajo, sobra la «baraka». Del Bosque sentó a Casillas en el Centenariazo, y Queiroz repitió la broma en la final con el Zaragoza. Mourinho, en cambio, lo alineó en la final con el Barcelona porque sabe de la «baraka» de Casillas, aunque Messi, que es como uno de esos enanos que viven bajo los puentes en los cuentos de Andersen, maneje la kryptonita que le ha permitido hacerle a Casillas trece goles a cuál más tonto. Pero la «baraka» existe, y adora a Casillas.

Cuando Del Bosque no era marqués y puso en el vinagre a Casillas, César se lastimó un pie en la final de Glasgow y salió Casillas para salvar la Novena. Cuando en Corea el titular para el Mundial era Cañizares, un frasco de colonia le lastimó otro pie, y los dídimos de Camacho, como dicen en Cieza, hicieron el resto: Casillas volvió del Oriente hecho una estrella. El sábado igualó los números de Zubizarreta.

Lo mejor que he leído del partido de Inglaterra es que Wembley, por culpa del marido de Elena Ochoa, y el Combinado Autonómico de Villar, por culpa del marqués, han perdido el «glamour». Ahora toca la juerga de Costa Rica.

—El interior de Centroamérica -escribe Foxá-, con sus blancos nostálgicos y sus indios tristes, es el parche grave de la pandereta; los negros, en el borde, con su música y su alegría, son las sonajas.

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