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análisis

La necesaria revolución cultural

Tenemos que aprovechar las oportunidades, por minúsculas que sean. Hemos de arriesgarnos más en nuestras vidas. Con coraje. Con un par… de cambios

JOAN CARLES VALERO

Más allá de la «la peligrosa fascinación por el mandarinato chino» que Felipe González advertía entre dirigentes europeos y estadounidenses, el ex presidente español ha reclamado en el foro CornellàCreació una revolución cultural en España. Un cambio que, lejos de la gran purga que supuso en la China de Mao, siga el pragmatismo de una de sus más significativas víctimas, Deng Xiaoping, viejo amigo de González que le enseñó aquella máxima de Confucio que parte de no conceder importancia al color del gato mientras cace ratones.

Abrazar la innovación en todas sus variables, como lo hace Llambrich Precisió, que de fabricar brocas industriales ahora las diseña médicas. O Gutman, proveedor de componentes aeronáuticos y aeroespaciales, introducida con éxito en el campo de la biotecnología y que sueña con fabricar un exoesqueleto que permita caminar a parapléjicos.

Innovación de procesos, como hizo Amancio Ortega inspirándose en el textil catalán para construir Inditex, mientras ahora ese atomizado sector industrial se renueva en Cataluña mediante un clúster, presidido por Roser Ramos, que intenta agrupar a 3.000 firmas. Innovación creativa, como la propuesta «Cookcircus» de Carlos Rondón y Xavier Agulló, una revista digital nada menos que de «metagastronomía».

Una revolución cultural que, más allá de apostar por la innovación, debería acabar con viejas costumbres, viejos hábitos y viejos modos de pensar. Finiquitar la unamuniana que «inventen ellos» o que un título académico sólo sirva para demandar empleo y no para transformar los conocimientos adquiridos en una oferta que ayude a los demás creando valor.

Un cambio que pulverice viejos hábitos como asociar exclusivamente los salarios al coste de la vida sin contar con la productividad y la situación de la empresa, como han acordado ahora la patronal Fomento del Trabajo y los sindicatos UGT y CC.OO. mediante la firma del tercer pacto interprofesional.

Una transformación en el sistema de enseñanza que suponga entrenar los conocimientos adquiridos, para que nunca más en una facultad de Empresariales sólo el 14% de sus alumnos aspire a ser empresario. Y el cambio más profundo de la vieja forma de pensar, el que implica que los padres prioricen ayudar a sus hijos a que emprendan su porvenir, financiando sus proyectos, antes que para la compra de un piso.

Tenemos que aprovechar las oportunidades, por minúsculas que sean. Hemos de arriesgarnos más en nuestras vidas. Con coraje. Con un par… de cambios. Porque o nos lanzamos a innovar en nuestras propias existencias, reprogramando nuestro futuro, o el colapso será total.

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