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Daphne Guinness, la Lady Gaga de la aristocracia

Elegante. Excéntrica. Audaz. Incluso ridícula. La heredera del imperio de la cerveza irlandesa se ha convertido en icono y patrona de la moda a fuerza de lucir «looks» dignos de una estrella del pop

Daphne Guinness, la Lady Gaga de la aristocracia ABC

MARTÍN BIANCHI

Mediodía de un jueves otoñal en Nueva York. Las salas de exposición del Instituto Tecnológico de la Moda (I.T.M.), en el barrio de Chelsea, están abarrotadas de colegialas fashionistas acompañadas por sus madres, estudiantes de diseño con hambre de fama y ejecutivas maduras. No tienen mucho en común entre ellas, y sin embargo todas lucen el mismo gesto de sorpresa y fascinación ante los trajes que Daphne Guinness ha sacado de su armario —más de 2.500 prendas de vestir, casi 500 pares de zapatos, 200 bolsos y 70 sombreros— para esta muestra sobre su particular estilo.

Heredera de un emporio cervecero irlandés fundado en 1725, Guinness se ha convertido de la noche a la mañana en el ídolo de millones de mujeres que siguen de cerca cada una de sus apariciones en las fiestas más rutilantes de la alta sociedad de Nueva York, Londres y París. Lleva décadas siendo una clienta fiel y cariñosa de Karl Lagerfeld, John Galliano, Dolce & Gabbana y Valentino. Y aunque fue una de las primeras en apostar por el difunto Alexander McQueen, su imagen de «purasangre» de la moda no trascendió hasta hace algunos años.

Ha nacido una estrella

Ahora, Guinness es una auténtica «estrella de rock» de la Quinta Avenida, adorada por igual por la diva del pop Lady Gaga —copia casi todos tus trajes— y el diseñador Tom Ford. Las entradas para la visita guiada especial que se realizará por su colección, el próximo 30 de noviembre, se vendieron en cuestión de horas. Y el interés en torno a su imagen es tal que ha accedido a participar de un simposio de la mano del presidente del I.T.M. bajo el título de «Icono de Moda».

Como hija de Jonathan Guinness, tercer Barón Moyne, Daphne goza del tratamiento de «Honorable» en el Reino Unido. Sin embargo, la prensa internacional no tiene claro si referirse a ella como «modelo», «rica heredera», «diseñadora», «dama de sociedad» o «artista del disfraz» (muchas veces utilizan todas las opciones sin un orden particular). Ella insiste en que se la trate como artista, quizá porque sus looks son más el fruto de una educación aristocrática y excéntrica —con tutores, largas horas de tertulia sobre Historia y Bellas Artes y veranos en Cadaqués junto a Salvador Dalí— que de una pose artificial.

Tiene un affaire con el famoso intelectual francés Bernard-Henri Lévy

Su estilismo, a medio camino entre la tradición victoriana y el futurismo, rinde homenaje a su apellido y a una historia familiar digna de un filme de Luchino Visconti. Después de todo, su abuela, Diana, era una de las famosas Mitford, una de las seis hermanas que sedujeron y escandalizaron a la aristocracia inglesa de entreguerras con sus encantos y coqueteos con el nazismo y el comunismo. Su tía abuela, Nancy Freeman-Mitford, era una de las intelectuales del grupo «Bright Young People», y su hermana, Catherine Guinness, una cercana colaboradora de Andy Warhol.

En 1987, con solo 19 años, Daphne se casó con el multimillonario griego Sypros Niarchos, hijo predilecto del clan naviero. Según sus propias palabras, durante los siguientes quince años desapareció del mundo, criando a sus tres hijos entre Nueva York, St. Moritz y Spetsopoula, la isla privada de los Niarchos en Grecia.

Tras su divorcio, en 2000, reapareció en la escena londinense, donde forjó su amistad con Isabella Blow, Alexander McQueen, Philip Treacy y otros pesos pesados de la moda. En esa época también comenzó a cultivar su imagen, definida por «The New Yorker» como «el retrato de una dama de Gainsborough y el retrato del marido de la dama al mismo tiempo» . Uno de sus mejores amigos comentó a esa revista: «Es como si hubiera estado encerrada en una jaula de Fabergé, que se convirtió en una olla a presión, y de la que se liberó como Venus en la concha».

Amor a la francesa

Pero la fama tocó a su puerta acompañada de un escándalo. Desde hace cinco años Guinness es víctima del papel couché por el «triángulo doméstico» que mantiene con el filósofo francés Bernard-Henri Lévy y la esposa de éste, la exmodelo Arielle Dombasle. Durante mucho tiempo el romance fue un rumor, pero este año ella misma confirmó que Lévy es el amor de su vida. «Me duele no saber cómo definir nuestra relación», confesó a su amigo el periodista Derek Blasberg. «He intentado ser lo más elegante posible... Pero cuando las cosas son reales, tienes que proteger lo más valioso. El amor». Ahora publica las fotos de sus vacaciones con el filósofo en su cuenta de Twitter, seguida por más de 25.000 internautas.

La colección que exhibe el I.T.M. hasta enero dice mucho sobre los gustos de su protagonista. Apasionada de la ropa de hombre y «el juego de identidades de la obra de Shakespeare», Guinness dedica una gran sección de la exposición al dandismo: camisas blancas, chaquetas entalladas y pantalones a rayas estilo Regencia personalizados por ella misma —en 2010 adaptó más de cien piezas de su armario.

El Instituto Tecnológico de la Moda de Nueva York expone un centenar de sus trajes

Otra de sus fuentes de inspiración son las armaduras. «Es muy bonito poder cubrirse con metal. Amo ese color y la manera en que se refleja. Pero también es una protección», explica sobre los numerosos vestidos plateados que ha lucido en estos años, mucho de ellos firmados por McQueen. Otras veces se decanta por la elegancia clásica de Valentino, Azzedine Alaïa y Christian Lacroix, traducida en vestidos negros como los que usaban su madre y su abuela.

Pero la piedra de toque de Guinness es el exotismo, el «drama sartorial»: túnicas de seda de la dinastía Ching, zapatos con tacones de vértigo y mucha alta costura valorada en cientos de miles de euros. « La moda actual es cada vez más gris. Todos se parecen a todos y todo se parece a todo , casi como un uniforme maoista —dice— Deberíamos ondear la bandera de la individualidad». Suena a una declaración de guerra. Simbólica, pero guerra al fin. Y ella parece ser su militante más ferviente.

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