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francia

Rojo tinto, sabor Burdeos

La ciudad francesa potencia su imagen señorial rodeada por románticos viñedos salpicados por palacios de campo

F. Poincet

luis cano

Burdeos es una puerta a sus viñedos. Las más de trescientas tabernas de la ciudad compiten entre sí para ofrecer la mejor comida y el mejor vino sacado de los campos que rodean la ciudad y pueblan la ribera del río Garoña. La palabra «négoce» allí es exclusiva para hablar del comercio del vino, del negocio en definitiva. Burdeos no trata de esconder la dependencia histórica de su patrimonio vitivinícola; al contrario, la potencia para hacer más intensa su imagen color rojo tinto.

La ruta para el enoturismo no es un itinerario único. La variedad permite escoger entre los palacios del Médoc, las laderas de Bourg y de Blaye o las villas fortificadas de Entre-deux-Mers. La excursión es obligada para conocer el mimo en la producción de vino, cuidado hasta el más mínimo detalle, casi científico. Y saborear el aire ilustre de los «châteaux», los palacios de campo, capaces de convertir la vendimia en una labor romántica.

Los «châteaux» convierten la vendimia en una labor romántica

Las grandes propiedades abren sus puertas a las visitas. El «château» Lanessan , en el Haut-médoc, es una casona habitada por la aristocrática familia Boutellier, rodeada de hectáreas de vides, de un frondoso bosque estilo inglés y de su propia bodega. Todo en Lanessan, todo en el Médoc, todo en los alrededores de Burdeos responde a las expectativas que un turista espera de la Francia de los vinos.

Enfocado al vino

La oferta en la ciudad no se queda atrás. La restauración está enfocada al vino. Los numerosos «bars à vins» ofrecen degustaciones específicas . La carta en las braserías no desmerece. En la «Brasserie Bordelaise» , las botellas de vino tapan las paredes y los «garçons» rebuscan en su variedad para servir las copas. Las escuelas para catar y entender el cuidado obsesivo de su tesoro ofrecen experimentarlo desde una hora a un día tanto en la ciudad como en los alrededores, con pueblos asociados al vino de buen gusto como Saint-Emilion o Pauillac .

Cuesta trabajo creer que existiría Burdeos si no hubiera sido por el vino. En el ancho río Garoña, el tinto siempre nadó hacia otros destinos. La configuración de la ciudad, construida en torno al puerto, delata su objetivo comercial. La ocupación inglesa entre los siglos XII y XV definió el carácter exportador del clarete, como llaman los anglosajones al tinto bordelés. La ciudad ya liberada mantuvo la vocación exportadora, culpable de la fama mundial de su vino.

Prosperidad cuidada

Burdeos cuidó la prosperidad, reflejada en la elegancia de la ciudad. Los edificios clásicos y neoclásicos definen su paisaje. La Cours de la Interdance, antigua vía romana, está poblada de bonitos palacetes privados, la Place des Grands Hommes es un ejemplo de urbanismo de la época revolucionaria, el Palacio de la Ópera es puro neoclásico.

Burdeos no sufrió en sus calles la destrucción de las guerras

Burdeos no sufrió en sus calles la destrucción de las guerras, una ventaja histórica respecto de la belleza de otras ciudades francesas. Aunque el tiempo sí afectó a los edificios. Las casas del centro, de piedra caliza muy porosa, habían ennegrecido con el paso de los siglos. En los últimos diez años, sin embargo, se ha revitalizado con un proceso de limpieza tan costoso que, por ejemplo, supone un millón de euros al año sólo para la fachada de la catedral de San Andrés. Las verjas de forja en los balcones cobran ahora más sentido aún para dejar ver las fachadas, adornadas con sus típicos mascarones, sobre todo del dios Baco, el de los placeres y el vino.

Las terrazas han ganado la calle y configuran un ambiente bullicioso en torno a ellas, muy localizado, como en la rue Saint Remi y sus alrededores, a espalda del palacio de la Bolsa. El resto de Burdeos duerme tranquilo, con poco que hacer a última hora de la tarde, cuando cierra todo menos tabernas y restaurantes. Un buen momento para disfrutar de un paseo apacible por la ciudad o saborear de una callada copa de vino.

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