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análisis

El 'caso Shalit'

Tras cinco años en manos de Hamas, el joven soldado ha sido liberado

ENRIQUE VÁZQUEZ

La cobertura mediática provocada por la liberación de un joven soldado israelí (técnicamente, sargento, ascendido durante su cautividad) es un récord que apenas puede ser equiparado al alcanzado por los grandes sucesos, la realeza en grado superlativo o la elección de un presidente norteamericano.

Y así traduce, sin pretenderlo, algo que se olvida a veces: la importancia que el mundo da al conflicto israelo-palestino, el más viejo del planeta y que involucra ya a tres generaciones en ambos lados. Solo si se inserta en ese escenario se entiende lo sucedido. Y por eso mismo son relevantes las reacciones que suscita y, en primer lugar, las del propio interesado, un ser humano que ha reconocido que lo que más echaba en falta era… hablar con alguien.

Gilad Shalit es, sin duda, otro hombre tras más de cinco años en manos de Hamas. Es probable que la prolongada prisión le haya ayudado a matizar puntos de vista, a cuestionar verdades eternas o a conocer algo mejor al adversario, Hamas, demonizado en Israel como el mal absoluto. Shalit ha reconocido, para empezar, que Hamas le dio buen trato. Y ha añadido un par de cosas más muy notables: a) seré feliz si se libera a palestinos y no vuelven a combatir a Israel (…) e intentaré facilitar la paz israelo-palestina.

Contexto político, consenso social

La liberación de Shalit solo ha sido combatida en Israel por la ultra-derecha, religiosa o laica, y en el gobierno, en concreto, por tres ministros: Avigdor Lieberman (Exteriores), Mohse Ya´alon (Asuntos Estratégicos) e Infraestructuras Nacionales (Uzi Landau). Todos son laicos (el primero del partido de “los rusos”, Beiteinu) y los otros dos del Likud, el del primer ministro Netanyahu. Las sensibilidades religiosas en el gabinete, muy vigorosas y dependientes de liderazgos confesionales ajenos al gobierno como tal, no hicieron objeciones.

Así pues, la batalla supuestamente durísima que dio Netanyahu en el interior mismo del gobierno (en realidad, en el genuino “gobierno de los siete”, los que representan fuertes corrientes políticas y toman las grandes decisiones) fue retórica al servicio del interesado, quien quería capitalizar lo que todo el mundo sabía: que la opinión pública israelí, como la palestina, apoyaba con bastante holgura la liberación. La verdadera pregunta es por qué Netanyahu aceptó finalmente un acuerdo que, aparentemente, estaba a su alcance hace mucho tiempo: en cuanto la parte palestina asumió que no podía seguir insistiendo en la liberación de dos pesos pesados de su campo, Maruan Barghuti (Al-Fatah”) y Ahmad Saalat (“Frente Popular para la Liberación de Palestina”).

La liberación negociada principalmente por los mediadores egipcios (el general Murad Muwafi, jefe de la Inteligencia Nacional tras el cese poco honorable del eterno general Suleimán, quien ostentó el cargo por casi veinte años bajo Mubarak) fue ejecutada entre la tarde de ayer y la mañana de hoy con toda normalidad, lo que implica que cada parte lo tenía todo bajo control y que el arreglo era estable y, lo que es más importante, digno de confianza porque la aplicación de una buena segunda mitad ha sido aplazada, pero será sin duda ejecutada.

Hamas, interlocutor solvente

Del lado israelí todo era previsible pero no era lo mismo en el campo palestino que, además de los requerimientos de seguridad total que exigía el cautiverio – siempre esperando a un atrevido comando israelí – tenía que manejar el dossier en términos políticos y no solo inter-palestinos, sino inter-árabes: los cambios en Egipto y en Siria, donde la situación es indecisa y tiene Hamas su cuartel general, han pesado sobre la decisión, tomada en última instancia por el jefe político del movimiento, Jaled Meshaal, con residencia en Damasco y que se trasladó a Egipto para los últimos detalles.

Hamas es un acrónimo (“Movimiento de la Resistencia Islámica”) y para resumir, aunque eso requeriría matices, se le describe como la versión palestina de los “Hermanos Musulmanes”, el gran movimiento político-social fundado por Hassan al-Banna, un maestro egipcio, en Isamilía en 1928, y que dura y parece estar en auge al hilo de la “primavera árabe”. Pero es algo más: es un factor clave, complejo y conflictivo en el universo de la resistencia nacional palestina. De hecho le ganó a al-Fatah las elecciones legislativas en 2006 y se instaló en Gaza para no moverse.

En Israel esto se ha tenido en cuenta: no solo no pudieron liberar a Shalit como les hubiera gustado, con un audaz asalto militar, sino que debían hacer lo necesario para no reforzar políticamente a los islamistas porque, supuestamente, prefieren al Fatah laico del presidente Abbas. No es tan seguro que eso sea así de sencillo: el septuagenario Abbas ha puesto a Israel en su mayor dificultad sin disparar un tiro, cerca de obtener en la ONU la condición de Estado para Palestina. Eso es lo grave, no lidiar con la liberación de Shalit, que pasará pronto y tiene sostén popular. El Cairo, entre tanto, se apunta a su vez un tanto que han brindado los islamistas al gobierno militar interino, que los necesita bastante. ¿Todos ganadores? Más o menos… sí.

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