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Lola Herrera es una de esas actrices que se ha ganado a pulso el título de Dama de la escena española. Elegante, señorial, distinguida... Ahora ha desembarcado en el teatro de La Latina con «Querida Matilde», una comedia escrita por el estadounidense Israel Horovitz, que han adaptado Juan Luis Iborra —también director de la función— y Antonio Albert. La obra cuenta la historia de Matilde (Lola Herrera), una mujer que ya lo ha vivido todo en la vida, y que recibe la visita de Matías (Daniel Freire), que llega de Argentina para hacerse cargo de la herencia de su padre, un lujoso piso en plena Plaza de la Independencia de Madrid. La casa, sin embargo, tiene truco, ya que el padre de Matías se la dejó a Matilde, que vive en ella junto a su hija, Concha (Ana Labordeta), hasta que la señora muriera.
«Querida Matilde» llega a La Latina después de varios meses de gira: «Ha sido estupendo —cuenta la actriz—, porque en todas las ciudades donde hemos estado hemos tenido las salas llenas».
—Parece que en tiempos de crisis el teatro reverdece...
—La gente tiene más necesidad de distraerse; en tiempos de vacas gordas se decantan más por los viajes ostentosos, por más gastos... Ahora no hay tanto dinero, y encuentran entretenimiento en lugares como los teatros. Las crisis favorece siempre los lugares de distracción... Y hay que disfrutar de ese momento, porque vendrán sin duda tiempos peores, porque los recortes de los Ayuntamientos y las Comunidades nos afectan enormemente.
—¿Qué le convenció para interpretar «Querida Matilde»?
—Es una comedia aparentemente ligera, muy blanca, pero que tiene su vida dentro. Y en la que en clave de humor, y con situaciones divertidas, se cuentan cosas, se habla de la vida de personas que han vivido mucho y que tienen detrás un pasado. Jugando, jugando, se cuentan historias de personas a las que la vida ha marcado y que tienen mucho dentro.
—Historias de familia...
—Sí, es una historia de una familia, y cuando hay un asunto complicado, eso salpica a todos sus miembros. Matilde, mi personaje, tomó en su día una serie de decisiones que supusieron tirar por la calle de en medio en un asunto amoroso importante. Eso salpicó a su hija. Y la persona con quien compartió su relación también salpicó a su hijo. Los tres nos encontramos y a partir de ese momento se empieza a descubrir su trayectoria, sus vidas, con todo lo que cargan; todo ello en clave de humor, y con situaciones bastante divertidas. El público, por lo que hemos visto hasta ahora, sigue la función con mucho agrado.
—La obra original está situada en París, pero esta adaptación la trae a Madrid.
—En el texto original mi personaje vive en París, sí, y quien llega viene de Estados Unidos. Para mantener la diferencia de acentos se decidió, a la hora de hacer la adaptación, trasladar la acción a Madrid y que el personaje de Daniel, que es maravilloso, viniera de Buenos Aires.
—También Matilde es, en el texto que escribió Horovitz, una mujer mucho mayor, de noventa años...
—No cambia nada la edad, porque Matilde es una mujer vital, que ha vivido mucho, y que ha aprendido a lo largo de su vida a manipular las cosas, siempre de una manera muy positiva.
—¿Qué tiene Matilde de especial?
—Es un personaje, como ya he dicho, muy vital, que ha disfrutado de cierta libertad en una época difícil, una época muy dura donde las mujeres no teníamos en este país las mismas posibilidades de las que disponemos ahora. Tenemos todavía mucho que recorrer en este aspecto, pero no cabe duda de que hemos conseguido mucho. Y Matilde se saltó una serie de normas, vivió lo que le apeteció, lo que pudo vivir, y eso es muy positivo en un personaje. Es una mujer que, sin hacer daño, ha tratado de vivir plenamente, ha compartido y ha disfrutado de la vida.
—Hoy las cosas son diferentes...
—Los jóvenes hoy han vivido de otra manera, y lo ven también de otra manera. Luchan menos por las cosas, en general. Mi generación se encontró con muchas trabas y dificultades y hemos luchado por conseguir pequeñísimas cosas. Y hemos podido situar a nuestros hijos, darles facilidades, así que somos responsables de que ellos no tengan –en general, insisto– tanto empuje. Se han encontrado con más cosas a su favor. Lo ven de otra manera. Pero el problema generacional ha existido, existe y existirá siempre. En nuestra sociedad se escucha bastante poco a la gente mayor. La experiencia no está considerada.
—¿También en el mundo del teatro?
—Yo no puedo tener queja, me he entendido muy bien con la gente joven con la que he trabajado. He estado dos años con Juanjo Artero y el entendimiento ha sido perfecto. Pero cuando es joven, a la gente que tiene cincuenta años se le ve mayor. A mí me pasaba cuando era joven. Ahora hay más posibilidades, la gente se encuentra mejor. Tengo la sensación de que nos ven como Matusalén.




















