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El dispositivo «antiabucheos» del 12-O no evita la última pitada contra Zapatero

La llegada del presidente no fue anunciada por megafonía, mientras que el público general se situó a unos 300 metros

ESTEBAN VILLAREJO

Si un ciudadano hubiese recorrido la madrileña Carrera de San Jerónimo —donde se encuentra la sede del Congreso de los Diputados— a principios de agosto se hubiera encontrado un dispositivo de seguridad similar al de ayer: controles que impedían el acceso, vallas y más vallas, sólo podían pasar inquilinos de los edificios o huéspedes de los hoteles y agentes de la Policía Nacional.

En aquella ocasión era para prevenir posibles disturbios alrededor del Parlamento por parte de los «indignados» del 15-M venidos de toda España, ayer fue por los mismos lógicos motivos de seguridad que sirvieron además para amortiguar, en parte, el último gran abucheo —de los otros «indignados»— contra José Luis Rodríguez Zapatero en los momentos más solemnes del acto militar de la Fiesta Nacional,

La lección de años anteriores estaba de nuevo sobre la mesa. De ahí las medidas previas por evitar el último «gran abucheo» contra Zapatero: una novedosa situación del palco de autoridades en la plaza de Neptuno con menos invitados «vips» y prensa a unos 50-80 metros, nuevo recorrido desde Atocha a la plaza Colón, pantallas que pedían al público general de los aledaños que guardasen silencio en los momentos más solemnes y unas vallas situadas en un radio de unos 300 metros para impedir la entrada de aquellos que no tenían invitación.

Primeras dos pitadas

Incluso hubo otra medida excepcional: el presentador del acto evitó pronunciar «presidente» o «José Luis Rodríguez Zapatero» por megafonía cuando llegó este al acto, algo que sí hizo con la llegada de S.M. el Rey.

Los presentes en el epicentro del acto militar pudieron comprobar en ese momento, cuando las cámaras enfocaron a Zapatero, como llegaba el rumor de los abucheos y bocinas de los ciudadanos situados en la distancia, tras unas vallas más propias de evitar celebraciones populares deportivas en los monumentos de Cibeles o Neptuno.

Eran las 10.37 y 10.41 h., y el rumor del abucheo llegó, pero el objetivo estaba parcialmente alcanzado por parte de la organización del acto ya que se evitó los bochornos de años anteriores durante el solemne izado de la Bandera, por ejemplo. Otros años el rumor era pitada generalizada. Hasta ahí un éxito «antiabucheos» nítidos.

Durante la próxima hora y media, los actos se sucedieron con normalidad con un público entregado con las unidades de las Fuerzas Armadas que protagonizaron el desfile. Como novedad, el Rey pasó revista a las tropas por primera vez montado en un coche militar descapotable.

Agrupaciones motorizadas, acorazadas, mecanizadas, el desfile aéreo con los «F-18» y «Eurofighter» como estrellas, el desfile a pie con unidades del Ejército de Tierra, Aire, Armada y Guardia Civil y las queridas y aplaudidas Legión (y su carnero) y el tabor de Regulares. En total unos 3.000 militares, 147 vehículos y 55 aeronaves.

Los reyes presidieron el desfile de la Fiesta Nacional, que Don Juan Carlos siguió sentado levantándose al paso de todas y cada una de las unidades militares partícipes en el desfile.

El ambiente era totalmente festivo, con tiempo veraniego. Además la Fiesta del Doce de Octubre «menos militar y mucho más civil» con jornadas de puertas abiertas en museos e instituciones culturales —tal y como expresó con orgullo la ministra de Defensa, Carme Chacón, en una entrevista a TVE antes del desfile— tenía visos de ser un auténtico éxito, tal y como resultó a tenor de las colas vividas horas después a las puertas de algunos museos.

El objetivo parecía cumplido. Sin embargo, sólo fue en parte. Como si hubiera sido una burbuja, esta estalló al final. Fue abandonar la zona la Familia Real —entre aplausos— cuando los «otros» asistentes comenzaron a abuchear incesantemente, con bocinas utilizadas en eventos deportivos y profiriendo insultos a todo coche oficial tintado en el que intuían que podía pasar Rodríguez Zapatero o algún ministro del Gobierno. Fueron apenas dos minutos muy intensos.

«Fuera» o «vete ya»

«Fuera» o «vete ya» fueron algunas de las expresiones más finas que este periódico pudo escuchar en el tramo hacia la plaza de Cibeles. Una madre explicaba a su hijo por qué se gritaba al Gobierno —«que lo ha hecho muy mal»— y no a los militares —«que velan por nuestra seguridad y ayudan a otras personas en países lejanos»—. Fue una traca final a modo de despedida. Quizás el último contacto directo del presidente con la ciudadanía en la calle (mitines de partido a parte).

Así concluía el último mal trago de Zapatero en el desfile militar de la Fiesta Nacional. Aquel acto elegido en 2003 por el otrora líder de la oposición socialista para desairar a EE.UU. al permanecer sentado al paso de su bandera. Las mismas «barras y estrellas» que le flanquearon el pasado 5 de octubre cuando anunció la participación de España en el escudo antimisiles. Ocho años de canas le distancian.

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