ESCRITOR
David Mitchell: «Los premios llevan a la locura»
El británico presenta en España su quinta novela, «Mil otoños», una historia de amores prohibidos ambientada en el Japón de finales del siglo XVIII
INÉS MARTÍN RODRIGO
Una semana antes de que Jonathan Franzen aterrice con su «Libertad» en las librerías, aparece un autor dispuesto a rivalizar con él en el panorama de novedades. David Mitchell visita estos días nuestro país para promocionar «Mil otoños» (Duomo), su quinto libro. Virtuoso del lenguaje ... y su recovecos, el escritor británico se enfrenta a un reto más en su carrera con esta novela histórica de amores prohibidos en el Japón de finales del siglo XVIII. Mitchell llega a la cita envuelto en un aura de modestia, queriendo obviar (y hacer olvidar) que es uno de los grandes escritores contemporáneos, finalista en varias ocasiones del premio Booker y elegido por la revista «Time» en 2007 como una de las cien personas más influyentes del mundo.
— Su universo literario es tan variado como inclasificable, pero «Mil otoños» supone un paso más. ¿Por qué lo escribió?
—El libro me pide que lo escriba, es algo que me sucede con todas mis novelas. Cuando descubrí la isla de Deshima, en 1994, me di cuenta de que quería escribir un libro ambientado en esta Europa del siglo XVIII que descubre al Japón feudal.
— Le ha llevado una década de esfuerzo, ni más ni menos.
—Fueron cuatro año de dedicación exclusiva y seis de darle vueltas. El proceso de escritura fue muy difícil, hasta el punto de que llegué a descartar dos manuscritos. Los libros te muestran el camino mientras los escribes, pero en una novela histórica los problemas son más peliagudos.
— ¿Cuál es su relación con el libro?
—No podría haber escrito un libro mejor. No es una muestra de vanidad, pero no puedo entregar un manuscrito sin saber que es lo mejor que podía escribir en ese momento. Aún tengo 42 años, estoy aprendiendo, y ese potencial infinito para la mejora es una de las partes más bonitas de mi trabajo.
— Su primer agente dijo de usted que es modesto y sabe escuchar.
—No sería nada modesto estar de acuerdo con que soy modesto. Para un novelista es tan importante escuchar como para un periodista. Soy un creador de historias que obtiene material de la conexión con el mundo. Si dejara de escuchar no escribiría.
— ¿Y qué hay de la arrogancia?
—Ser arrogante te impide hacer tu trabajo, porque te crees más importante que tus historias.
— Ha sido finalista del Booker y «Time» lo incluyó en su lista de las cien personas más influyentes del mundo. ¿Cómo valora los premios?
—Intento ignorarlos. Ser galardonado es un honor, pero pensar en los premios es el primer paso hacia la locura. Si al escribir piensas en los premios que podrías recibir, eso distorsionará tu libro hasta matarlo.
— Hay quien define a sus lectores como «los frikis de David Mitchell». ¿Esa definición le molesta?
—Estoy profundamente agradecido a mis lectores porque me permiten hacer aquello que amo. Yo soy bastante friki. Es una palabra peyorativa, pero ¿qué sería del mundo sin frikis? Einstein lo era, también Galileo. Todo el que quiera ser muy bueno en algo tiene que ser friki. ¡Los frikis hacen del mundo un lugar mejor!
— ¿Recibir halagos de A. S. Byatt o Kazuo Ishiguro le genera presión?
—Es reconfortante. Los escritores de élite tienen que ser capaces de hacer su trabajo ignorando la presión.
— En alguna ocasión ha declarado que ser tartamudo es como ser alcohólico. ¿Lo sigue pensando?
—Sigo pensándolo porque los tartamudos, como los alcohólicos, no llegamos a curarnos nunca, pero aprendemos a vivir con ello. Comencé a tartamudear a los siete años y mi tartamudez alimentó de alguna manera la fantasía de ser escritor, pero está claro que hay un factor genético que me ha permitido escribir.
— ¿Qué le obsesiona?
—La compasión y la integridad. Me encanta Chéjov, mi admiración por él es cada vez más profunda. Era doctor, conocía las partes más bajas del ser humano y, a pesar de ello, sentía un amor absoluto hacia la condición humana. No puedo estar en la misma habitación que un escritor frío.
— ¿Le preocupa la posteridad?
—El primer paso hacia la locura es pensar en los premios y el segundo pensar en la posteridad literaria. El tiempo es el editor final y será el que decida, el que escoja a los escritores elegidos para la posteridad. Pero no tengo ninguna duda de que Ishiguro, Orwell, García Márquez o Don DeLillo pasarán a la posteridad literaria.
— ¿Cómo han cambiado sus ambiciones desde que publicó su primera novela?
—Con mi primer libro mi ambición era escribir una novela, verla en una librería. Ahora mi ambición es seguir escribiendo hasta que muera.
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