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¿Quién da más por las joyas de Liz?

Los tesoros de la actriz llegan a Europa antes de ser subastados en Nueva York

¿Quién da más por las joyas de Liz? ABC

MARTÍN BIANCHI

«Mi madre decía que no abrí los ojos hasta los ocho días de vida, pero que cuando lo hice, lo primero que vi fue su anillo de compromiso. ¡Quedé enganchada!», solía bromear Elizabeth Taylor sobre su pasión por las joyas. La gran dama del cine, fallecida en marzo pasado, se casó ocho veces y protagonizó un sinnúmero de affaires en sus 79 años de vida, pero siempre le fue fiel a sus piedras preciosas. «Elizabeth solo sabe decir una cosa en italiano... Bulgari» , confesó su quinto —y sexto— esposo, el actor Richard Burton. Y un par de palabras más en francés gracias a Cartier, Chopard, Boucheron y los grandes joyeros de la parisina place Vendôme.

El destino de la colección Taylor —valorada en más de 100 millones de dólares— se sabrá el 13 y el 14 de diciembre, cuando Christie's haga caer el martillo en sus salas del Rockefeller Center de Nueva York. Pero antes las piezas serán expuestas en Moscú, Londres, Ginebra, París y, según ha adelantado la filial española de Christie's a ABC , también Madrid y Barcelona podrían sumarse a la lista. Taylor siempre dejó claro que sus joyas debían salir a subasta. «No me creo la dueña de ninguna de estas piezas. Soy su custodia. Me pregunto dónde terminarán, porque un día serán subastadas y esparcidas por los cuatro rincones del planeta», escribió la actriz en «Mi romance con las joyas», sus memorias sobre ese pequeño amor loco por las gemas.

Nadando con rubíes

Si bien la intérprete compró su primera pieza en 1945, su verdadera afición por la alta joyería no comenzó hasta su matrimonio con el poderoso productor de Hollywood Michael Todd, en 1957 . «Con él, cada día era como un aniversario. Y tuve tantos aniversarios que pronto habría podido ser tan vieja como Mike», dijo una vez la diva entre risas. Y entre risas, se hizo con una tiara de diamantes y perlas diseñada por Cartier que lució en la gala de los Oscar de 1956 y en el Festival de Cannes de 1957 y con un juego de gargantilla, brazalete y pendientes de rubíes de la firma francesa. Todd le regaló los rubíes mientras ella nadaba en la piscina de su mansión de Bel-Air. «Como no tenía un espejo, me miré en el agua. Las joyas se veían gloriosas en la piscina, los rojos y los azules ondulaban como en una pintura», recordaba en su libro.

Aunque las verdaderas extravagancias no llegarían hasta su boda con Burton, en 1964. «Jamás discutí sobre joyas con Richard. Él me las daba espontáneamente» , decía la «reina» de la gran pantalla.

Y en su condición de príncipe consorte, el actor británico dedicó los doce años de matrimonio a mimarla con las joyas más estrafalarias que el dinero pueda comprar. Y no solo tenían que ser deslumbrantes, sino también antiguas como las esmeraldas de la Gran Duquesa María Pávlovna de Rusia , el diamante de la familia Krupp de 33 quilates («habían colaborado con los nazis, es perfecto que esta pieza llegue a las manos de una chica judía como yo»), el diamante Taylor-Burton de 69 quilates («era enorme y pesado, lo vendí porque no lo usaba desde hace siglos») y un sinfín de anillos, brazaletes y pendientes.

La perla de los Austria

Burton tenía predilección por las piezas históricas. Y la «Peregrina», una perla en forma de pera que adquirió el Rey Felipe II en 1580 y que lucieron María Tudor, Isabel de Borbón y María Luisa de Parma, era una joya con historia en mayúsculas. El actor la adquirió en una subasta en Nueva York en 1969 , ganándole la puja al Duque de Cádiz. Por ella, Christie's quiere que la exposición toque España: sería la primera vez que la «Peregrina» vuelve al país desde que José Bonaparte la robó en 1808. Un regalo, «de Liz, con amor».

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