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VUELTA CICLISTA A ESPAÑA — Octava etapa

Purito da la talla para ser líder

El catalán abruma en la rampa de El Escorial, donde dejó clavado al resto

J. GÓMEZ PEÑA

A Purito Rodríguez le pierden los escaparates de moda. Es ver una camisa chula o unos zapatos «marcones» y sacar la tarjeta de crédito. Menudo pero presumido. En la salida iba vestido de blanco, el color del maillot de la clasificación combinada. Pero le rondaba la idea de cambiar de modelo. Del blanco al rojo, la camiseta del líder. Ya se la había probado el año pasado, aunque le vino grande. La perdió en la contrarreloj de Peñafiel, la que le desnudó por completo y le arrojó fuera del podio final de aquella edición. Ayer volvió a salir de compras. Se nota con más talla. «Sé que me van meter una paliza en la contrarreloj de Salamanca (mañana), pero no voy a hacer el ridículo», confía. Por eso lleva desde el inicio de esta Vuelta ahorrando segundos para salir luego de compras. Los recolecta en cada muro: en Valdepeñas de Jaén y ayer en la rampa empedrada de San Lorenzo de El Escorial. Subió más rápido que nadie sobre escalones del 23 por ciento, cobró la bonificación y adquirió su nuevo traje: el de líder. A la medida.

Purito corrió sin un ápice de duda. Su equipo, el Katusha, ejecutó maniobras militares durante los 182 kilómetros de la etapa. Los soldados de Purito aplastaron a su antojo la fuga de Palomares, Montagut, De Kort, Fouchard y Haussler. Agotaron y despidieron de la Vuelta a Freire, harto de toser y de tanto puerto. Y maniataron, ya el final, a Taaramae y a Madrazo, ese cántabro de piernas compactas que tiene aroma de gran ciclista. El Katusha lo tuvo siempre claro: era el día en que Rodríguez renovaba el vestuario. Las señales de humo así lo anunciaban.

Esperaba la cuesta de hielo de El Escorial. Así la llaman. En invierno, no hay quien suba. Se congela y se convierte en una pared helada. Un kilómetro de tobogán. Hacia abajo es una gozada. Hacia arriba, un maltrato para piernas y pulmones. Pero a Purito le va la marcha. Van den Broeck, el belga que nunca gana, se puso al frente. Scarponi le dio relevo. Pero el italiano subía receloso. Notaba la sombra negra del maillot blanco de Purito. Justo bajo una señal pintada de «Ceda el paso», Rodríguez echó a volar. De pie. Con apenas 57 kilos. Peso pluma.

Se dejó hasta el último terrón de azúcar de sus fuerzas. Y ganó por aplastamiento. Estrujó ese kilómetro: Scarponi cedió 9 segundos, uno menos que Mollema y Van den Broeck. Luego llegaron Fuglsang, a doce, e Igor Antón, a quince.

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