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Columnas / EL ÁNGULO OSCURO

Echándole morro

Mientras Rubalcaba se erige en paladín de los hipotecados, la cofradía de la zeja comparte ilusiones con los «indignados»

Día 04/07/2011

UNO de los rasgos más estupefacientes del temperamento hispánico es la capacidad que tenemos para echarle morro a la vida, haciéndonos los longuis, como si la realidad no fuese con nosotros. Como apoteosis del morramen hispánico tenemos al candidato Rubalcaba, que ahora se descuelga fustigando la rapacidad de los bancos:

—Los bancos no pueden cobrar las hipotecas a costa de la gente.

Frasecita que incorpora varios niveles de morro. El primer nivel es el de la demagogia más burda, demagogia de calimocho y pincho de tortilla: propone que las deudas no se paguen, que la «gente» se hipoteque y luego se llame a andana; y que, por lo tanto, quienes depositaron sus ahorros en el banco (estos no son «gente», al parecer) para que los guardara y gestionara se arruinen. Pero hay un segundo nivel de morro más refinado o sibilino que juega con la ignorancia de los españolitos que desconocen el funcionamiento de los bancos, y la amalgama de poder que los bancos y los Estados forman. Si los bancos no pueden cobrar las hipotecas, ¿qué deben hacer entonces? A mí me parecería estupendo que por ley se impusiera la entrega de la vivienda en dación de pago de la hipoteca, sin posibilidad de ejecutar otros bienes del deudor; pero entonces, ¿qué banco iba a comprar las emisiones de deuda pública española? Los bancos cobran las hipotecas «a costa de la gente» porque sostienen y avalan artificiosamente la deuda pública, porque necesitan de algún modo compensar el agujero negro causado por las deudas de los Estados quebrados. Cobrar «a costa de la gente» es lo que han hecho, por ejemplo, las cajas de ahorro en sus fusiones, echando mano del FROB, abastecido «con cargo a los presupuestos» (que es la manera fina de decir con cargo al contribuyente), después de emplear los ahorros de sus clientes en la financiación de los proyectos faraónicos de las administraciones quebradas. El candidato Rubalcaba sabe perfectamente que la rapacidad de los bancos es directamente proporcional al nivel de endeudamiento público; y que el endeudamiento público lo están combatiendo los bancos «a costa de la gente». Pero el temperamento hispánico soporta estas exhibiciones de morramen como si tal cosa.

Y, mientras Rubalcaba se erige en paladín de los hipotecados, la cofradía de la zeja comparte ilusiones con los «indignados», reclamando nuevos horizontes para una izquierda vapuleada en las elecciones. Ya habíamos anticipado que, tras el descalabro electoral, la izquierda jugaría a envolverse en las reivindicaciones de los «indignados», lo que a simple vista puede parecer cínico o desalmado; pero la izquierda puede permitirse pisarse el morro, porque aunque tropiece sabe que siempre tendrá un colchón de crédulos dispuestos a detener su caída. Ante el espectáculo de los indignados de la Puerta del Sol, la izquierda enseguida se puso manos a la obra, para absorber ese caudal de energía desnortada en beneficio propio, de tal modo que los causantes del desastre pudieran, en menos que canta un gallo, presentarse como la solución. El manifiesto que ahora la cofradía de la zeja se saca del magín es la avanzadilla de este birlibirloque desquiciado, que en cualquier otro lugar del mundo provocaría alipori y recochineo; pero el peculiar temperamento hispánico admite sin despeinarse estas exhibiciones de morro. Ahora el candidato Rubalcaba no tiene más que incorporar las consignas de este manifiesto a su programa electoral. ¡Que tiemblen los bancos rapaces!

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