«El arte en un museo no debe perder potencia si es salvaje»
El artista urbano Santiago Morilla expone en el Museo ABC «Ornamento y detonación», primera exposición del programa «Conexiones»
ALEJANDRO CARANTOÑA
Santiago Morilla se ha hecho con la primera planta del Museo ABC (Calle Amaniel 29-31). Allí se ha acomodado, hasta el próximo 25 de septiembre, la primera entrega de «Conexiones», una propuesta patrocinada por la Fundación Santander y coordinada por Óscar Alonso Molina en ... la que cada artista invitado utiliza una pieza de la Colección Santander y otra de la Colección ABC como punto de partida conjunto a su propia exposición. La de Morilla, «Ornamento y detonación», bebe de la calle en la que tan cómodo se siente, lee a Adolf Loos y configura una reflexión de 30 piezas.
—¿Cómo sacar el jugo a las piezas de las colecciones desde una perspectiva tan urbana ?
—Fue todo un reto, porque el proyecto se basa en que seamos los artistas los que seleccionemos las piezas. Por fin di con este macho cabrío con mirada de diablo en la colección de dibujos de ABC, que es un trofeo de caza que mantiene la vida en el papel, y con esta cerámica, que entiendo como un contenedor vivo.
—Una de sus primeras aportaciones a esos hallazgos es el color, concretamente una gama de rojos bastante orgánica. ¿De dónde sale la idea cromática?
—La concepción de esta colección es finita: aquí comienza y aquí termina. El color forma parte de esa idea, y también proviene de la costumbre del arte en la calle: economía de medios, rapidez (por si tienes que echar a correr...). Es el lenguaje con el que me encuentro más cómodo.
—Hablando de arte en la calle, ¿es posible encerrarlo en un museo?
-Sí, siempre que sea lo suficientemente salvaje. El arte no tiene por qué perder potencia por el entorno, igual que el león, si es lo suficientemente salvaje, no tiene por qué perder fiereza enjaulado: no es su hábitat natural, pero mantiene su esencia.
—¿Es usted un artista callejero por naturaleza?
—No me considero un artista callejero, sino que trabajo en la calle por el poder semántico que tiene el espacio. Creo que el arte callejero como tal tiende a la endogamia y al encorsetamiento, a buscar, en muchos casos, el único reconocimiento de la comunidad de la que forma parte el artista o a la toma, para ese colectivo, de un espacio determinado. Para mí la calle es el soporte más directo y más natural.
—Aquí, «Ornamento y detonación» son poco ostentosos y bastante comedidos. ¿Por qué ese punto de mesura?
—Preferí generar tensión dentro de la muestra, dentro de la bomba cárnica contenedora. Las piezas de cera, cuya degradación se muestra acelerada en los vídeos, son como una detonación que se produce a lo largo de toda una vida; y las de los dibujos, potenciales: antes, después, durante. Se generan infinidad de obras, de esta forma.
—¿Esto estalla una vez hemos salido de la exposición?
—Hay una especie de fascinación por la destrucción y la muerte que queda opacada. No hay tiempo para el deleite, no hago explícita la destrucción sino que, a partir del discurso de la exposición, voy dejando los rastros.
—Carne, carne por todas partes.
—Me interesa una piedra peluda, me interesa un muro blando. Últimamente busco esa paradoja en los elementos cárnicos: me seduce lo irreversible de los dibujos y que lo que representan no sea eterno.
—¿De qué es la carne, por cierto?
—De las propias figuras. Es algo caníbal: se autofagocitan.
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