Sólo unas horas y sabremos la decisión final en ese juicio salomónico sobre la Capitalidad Cultural Europea. Mas lo mismo si ese veredicto es favorable o no para la ciudad, la legitimidad de nuestra petición es insobornable y en la memoria colectiva estarán siempre, en cada página de la historia, los nombres de los cordobeses universales, bien sean los sénecas, Osio, Averroes o Góngora. Por tanto Córdoba la ciudad de destino no tendrá otra meta que la que le es propia e ineludible, la que está en lo más hondo de su patricia romanidad, en el ventalle más alto de sus palmas omeyas, en el áureo manantial bullente de su poesía: la cultura con mayúscula.
A veces la estrella de Córdoba parece declinar y palidecer ante un neopopularismo chabacano, un mimetismo ignorante con la desgana silenciosa de la cordobesía ante el arrasar de monumentos, casas nobles, patios populares.
Así, a pesar de todo, la ciudad, sea o no Capitalidad Cultural, sabrá con su vieja sabiduría poner al día su legado de siglos, sin vanguardias trasnochadas ni parques temáticos: en el pasado está su futuro.





