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CAMPAMENTO DE MORALEJA DE ENMEDIO

«Estamos sin rumbo, y hemos de seguir pagando»

Daniel Plata es el primero en llegar al campamento por la tarde. Viene directamente de casa de sus padres. «No tengo dinero para meterme en nada más. Encima, estamos sin rumbo y hemos de seguir pagando», expresa mientras muestra su chocita construida a base de madera y plástico. Es en torno a las 19.00 horas cuando el asentamiento de Moraleja de Enmedio comienza a cobrar vida por no más de una veintena de personas al día. «Esto te va quemando y cada vez viene menos gente, pero aquí seguiremos unos cuantos, los más guerreros, hasta que lo consigamos y nos escuchen», expresa este joven mientras muestra el huerto que, dice, le retiene en el lugar.

Lo suyo parecía una compra segura. «La promoción se anunciaba en el periódico local, el Ayuntamiento (PP), sobre todo, y la Comunidad de Madrid avalaban el proyecto», explica Carmelo Pradas, otro de los acampados. Sin dudarlo, la cooperativa Tenería, formada por 1.200 socios, se lanzó a comprar el suelo rústico que se ubica en la carretera de Arroyomolinos del municipio, a la altura del número 3, el lugar donde se erigirían unas 10.000 viviendas —el municipio cuenta con 5.000 habitantes—. En 2001 comenzó toda la tramitación y diez años después están peor de lo que nunca imaginaron: sin viviendas y sin dinero y, en el caso de Carmelo, también sin trabajo. «Soy gruista. Me iba salvando de la crisis, pero ya me ha tocado. Vivo con mis padres y veo que con 35 años no puedo meterme en otro sitio», dice, desolado.

A diferencia de los acampados de la Cuesta de Moyano, su plan, propuesto por el Ayuntamiento, nunca ha sido aprobado por la Comunidad de Madrid, debido a que el número de viviendas era desmesurado para el censo de habitantes de la localidad. «Para colmo, el Ayuntamiento nos ha cobrado 314.000 euros, un impuesto para pormenorizar el plan y no nos ha devuelto el dinero, cuando deberían haberlo hecho en 2007», añade.

Oídos sordos

Se han manifestado, han montado el campamento, se han llegado incluso a crucificar y a enterrar en el lugar para llamar la atención de los medios y los políticos, pero nada les ha servido para que llegue una solución a corto plazo. «Parece que se han acostumbrado a vernos, y eso sí que es un problema. Estamos en una situación insostenible. Ya se han dado de baja 800 personas y no se les puede devolver el dinero. En caso de que haya que liquidar la cooperativa, habrá que subastar el terreno y perderemos un 80% de lo aportado», vaticina Carmelo. Su esperanza la depositan en la reducción del número de viviendas que ha impuesto el Gobierno regional para que el proyecto continúe adelante. De 10.000 se bajaría a unas 2.500. «Eso nos vale», reza desmoralizado Carmelo, manifestando el parecer de todos sus compañeros.

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