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«Si no pueden, renuncien»

La sociedad mexicana pide al gobierno de Calderón una estrategia distinta de la militar para frenar el crimen

«Si no pueden, renuncien» REUTERS

MANUEL M. CASCANTE

Isabel Miranda de Wallace, Marisela Escobedo, María Santos Gorrostieta, Alejandro Martí, Javier Sicilia..., son los nombres y los rostros del dolor y del clamor, cada vez más estruendoso, que cuestiona la estrategia emprendida por el presidente de México, Felipe Calderón, para hacer frente al crimen organizado. 40.000 muertos, 10.000 desaparecidos y 120.000 desplazados después, el mandatario está cada vez más solo en su «guerra contra el narco», cuyos pilares son el despliegue militar y el reproche a Estados Unidos por su descontrol en el consumo de drogas y la venta de armas.

Pocos cuestionan que fuera intolerable la pasividad —cuando no complicidad— de las autoridades del pasado ante la lucha desplegada por al menos nueve organizaciones criminales, en las que además del tráfico de drogas se disputan el control de otras actividades mafiosas como la extorsión, el secuestro o el tráfico de personas. Muchos, sin embargo, recriminan que el combate al crimen se haya prácticamente reducido al enfrentamiento armado, descuidando las redes de financiación y blanqueo de dinero, la corrupción policial, judicial y política o la eficacia de la Fiscalía para ejercer la acción pública contra los delincuentes.

Tras el asesinato de su hijo Fernando en 2008, el empresario Alejandro Martí les dio cien días a las autoridades para poner fin a la violencia: «Si no pueden, renuncien».

Los políticos se comprometieron con la sociedad en un Acuerdo Nacional por la Justicia y la Legalidad. Han pasado tres años. Todo sigue igual o peor. Nadie ha renunciado.

Aislado en su residencia de Los Pinos, acorralado por columnas de opinión, Felipe Calderón se debate entre la incomprensión y el autismo, entre adjudicar a la prensa la mala imagen de México e insistir en que el 90 por ciento de los muertos se lo habrían buscado por su pertenencia al hampa y en que la violencia se circunscribe a determinadas zonas del país. Pero se echa de menos cierta empatía por parte de las máximas instancias del poder hacia ese 10 por ciento de «víctimas colaterales». Al presidente no se le ve en funerales o entierros de inocentes.

Cara a cara

En un paisaje de cuerpos torturados y desmembrados, fosas comunes y cadáveres que cuelgan de puentes en la vía pública, esta semana Calderón tendrá, probablemente, oportunidad de mirar cara a cara a quienes sufren la pérdida de seres queridos. Hace tres meses, tras el asesinato de su hijo Juan Francisco, el poeta Javier Sicilia cambió los versos por el activismo y se puso al frente de dos marchas ciudadanas desde Cuernavaca hasta el Distrito Federal y Ciudad Juárez, la más violenta del mundo.

Calderón propuso un diálogo con el Movimiento por la Paz que encabeza Sicilia, y es muy posible que esa reunión pública se celebre esta misma semana. El formato: quince familiares de muertos y desaparecidos tomarán la palabra; después, el poeta fijará la posición del movimiento y el cierre correrá a cargo del presidente.

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