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El lobo de la primavera Árabe

Análisis

Luis de Vega

Sin las sorprendentes catarsis de Egipto y Túnez, sin las guerras en Libia, Siria o Yemen y sin las revueltas en Bahrein, el Rey Mohamed VI de Marruecos no hubiera tenido argumentos suficientes para satisfacer en parte las reivindicaciones de los integrantes del Movimiento 20 de Febrero que reclama desde esa fecha más democracia y más libertad. No es verdad, como dijo el Rey en su discurso del viernes, que las reformas de la Constitución anunciadas obedezcan a una serie de cambios emprendidos cuando llegó al trono en 1999. Lo que ha ocurrido es que el soberano alauí le ha visto las orejas al lobo de la Primavera Árabe y ha reaccionado antes de que le muerda. Quiere evitar así acabar en la diana como otros jefes de Estado, aunque, a diferencia de lo ocurrido en otros países, las manifestaciones en Marruecos nunca hayan pedido su cabeza. Muchos de los jóvenes que salgan hoy a la calle a reclamarle al Rey más reformas saben que el camino recorrido hasta ahora no ha sido en vano. Probablemente están obligados a seguir con su lucha porque se hallan a medio camino de su sueño. Y darse por satisfechos en estos momentos sería dar a las autoridades la guerra por ganada. Pero de la misma manera que nadie daba un duro a principios de año por el K.O. de Ben Alí y Mubarak, nadie pensaba entonces que Mohamed VI se iba a defender con una nueva Constitución.

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