Un retiro civilizado

En los días de semana me suelo dar buenos paseos por el Retiro. Y disfruto como un grajo. Me gusta caminar por la Sierra, como sabéis. No puedo dejar de hacerlo. El Retiro no es exactamente un sucedáneo de esa necesidad casi instintiva. Es otra cosa, pero también me reconforta, me ayuda a pensar me hace sentirme más libre y mejor.

Desde que oigo la musiquilla que entona en el paso subterráneo de Lagasca algún joven melenudo, tengo la sensación de entrar en otro mundo. Es posible que alguien haya tenido alguna vez una mala experiencia. Pasa mucha gente, ocurren muchas cosas, pero es ejemplar, me parece a mí, el aire de civilidad, el espíritu de convivencia y armonía que, en general, encontramos en nuestro Retiro.

Es como si ejerciera un efecto calmante en los que allí vamos más o menos extraviados con nuestras cuitas y agobios. O vamos ya predispuestos o es el propio Parque el que nos pone en un lugar distinto, en una situación más abierta y respetuosa. Sí, me siento feliz en el Retiro. Recuerdo aquellos Parques de Berlín o de Viena que tanto me impresionaron en mis primeras salidas a Europa y pienso que mi Retiro es igual o mejor. Unos pasean, otros van en bicicleta, otros en patines, otros corren y nadie molesta a nadie Se puede oír música, leer recostado en un árbol centenario o simplemente no hacer nada… Disfruto oyendo hablar distintos idiomas, viendo a los padres tan contentos con sus niños en los cochecitos o a los jóvenes tumbados en la hierba. Me da gusto verlo todo tan limpio, sin un papel en el suelo. O casi. Me gusta el Retiro. Ofrece lo que promete. Quizás no todo sea perfecto, pero los madrileños podemos sentirnos felices y orgullosos de nuestro Parque. Pocos hay como él. Y él es nosotros.