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«¿Cuántas horas trabajo? Todas»

Rajoy es tal vez el aspirante a la Presidencia de España que llega con más experiencia en la gestión pública

«¿Cuántas horas trabajo? Todas»

BIEITO RUBIDO (DIRECTOR DE ABC)

Si los tiempos son llegados, y un día no lejano Mariano Rajoy ocupa la Presidencia del Gobierno de España, habrá superado una campaña como pocas, en donde su contrafigura, elaborada por sus enemigos, marca unos perfiles que se alejan de su realidad. Rajoy fue un magnífico estudiante. Viene de estirpe vieja de ilustres jurisconsultos, lo que le llevó a ser registrador de la propiedad, con apenas 23 años. Su discurrir por la política empezó allí donde marca la más antigua tradición europea: en el municipalismo, como concejal de Pontevedra y posterior presidente de la Diputación de aquella provincia. Fue parlamentario autonómico y aguantó ocho años en la bancada de la oposición en el Congreso de los Diputados, a las órdenes de José María Aznar. Dirigió campañas, planteó estrategias y alcanzó la responsabilidad de gobernar en 1996.

A partir de ahí, se responsabilizó de los ministerios de Administraciones Públicas, Educación y Cultura, Interior y Vicepresidencia del Gobierno. Tras los tormentosos días de marzo de 2004, se ocupó de sentarse en la silla de jefe de la oposición. Ha conocido la derrota y la victoria, y sabe de la veleidosa e impostora cara de ambas.

Rajoy es tal vez el aspirante a la Presidencia de España que llega con más experiencia en la gestión pública. Lo hará, llegado el caso, con 57 años. En plena madurez. Las pasiones refrenadas. Con las lecciones aprendidas de la derrota y con las cicatrices de heridas causadas por propios y extraños. Le tocarán tiempos difíciles. Con poco margen para la demagogia. Tal vez solo le quede ofrecer sacrificios, aunque sí un horizonte de futuro. Nadie puede asegurar, sin mentir, que no es trabajador. Es hombre tranquilo. No suele entrar en la descalificación personal. Es equilibrado, a pesar de que sus oponentes le han llamado crispador, antipatriota, xenófobo y hasta imbécil, según Felipe González. Es raro que él conteste. Maneja sus silencios y los tiempos de manera singular, aunque ello irrita especialmente a los suyos. Sabe, no obstante, que gobernar es un arte que nace del compromiso con tu país y del profundo conocimiento de la idiosincrasia de tus vecinos, de tus compatriotas. Y sobre todo, entiende que en democracia exista el otro, el contrario, el que no piensa como tú. Y no perpetra su eliminación, sino al contrario, fomenta la biodiversidad ideológica.

—Un cliché que manejan sus adversarios le presenta como una persona poco trabajadora. ¿Cuántas horas trabaja?

—Pues mire, para serle franco, todas. Me levanto todos los días a las 7.30 de la mañana e intento llegar a casa a las nueve o nueve y algo de la noche para poder ver a mis niños pequeños. Lo intento, a veces lo consigo y, a veces, no. En lo que va de año, he descansado dos fines de semana. Uno para ir a ver a mi padre, que tengo derecho, y otro para salir con mi mujer y airearnos un poco. Dos son los que he tenido. Esto son viejos topicazos a los que tampoco les doy mayor importancia. Cuando uno asume una responsabilidad importante, y ser presidente de un partido lo es, está sometido a todo tipo de análisis, criticas, comentarios maledicentes y, en alguna ocasión, elogios.

—¿Le preocupa su posible falta de «telegenia», algo tan de moda en la sociedad actual?

—Cuando las cosas van razonablemente bien, la «telegenia» y esos temas gustan mucho a la gente, se ríen y se divierten. Pero cuando los ciudadanos ven que las cosas se complican, lo que quieren son gobernantes que actúen en serio y que resuelvan sus problemas. Por formación, yo no soy muy dado a los eslóganes ni a frases hechas, ni a eso que les gusta tanto a ustedes de dar titulares. Prefiero argumentar y razonar, pero eso es difícil plasmarlo en una línea, yo lo entiendo. Como le decía antes, cada uno es como es; yo no puedo ser lo que no soy y, además, tampoco voy a intentarlo. Intentaré ser mejor pero mi prioridad en estos momentos no es entretener, como también le he señalado antes, sino intentar hacer las cosas bien.

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