El Reina Sofía recopila el particular mundo de James Castle

Sordo de nacimiento, analfabeto y artista en el mundo rural: así era James Castle , un autodidacta que no partió del arte como forma de expresión sino que, en un desarrollo natural, dedicó seis décadas a contar y retratar en formatos, soportes y objetos que terminarían por convertirse en arte.

Este camino inverso cristaliza en la exposición «Mostrar y almacenar» , que permanecerá en el Museo Reina Sofía hasta el próximo cinco de septiembre. En palabras de su director, Manuel Borja Villel, se da cuenta así de un particular personaje que «está fuera de lo que conocemos, lo que constituye la misión de un museo de arte contemporáneo».

Nacido en 1899, el autodidacta se dedicaba a la producción de piezas tan variopintas como dibujos realizados con hollín y saliva, o figuras de cartón coloreadas, libros hechos a mano. Luego, las envolvía en paquetes que dejaba guardados a bien recaudo en recónditos escondrijos de las casas en las que vivió. Una producción sin datar, infinita, que huyó en todo momento de la vocación comercial : Castle ni siquiera tenía especial interés en el material que le proporcionaba su familia. Prefería utilizar aquello que le rodeaba, objetos cotidianos de su entornoo que, pasados por el tamiz de unas inquietudes más y más atinadas en lo artístico, fructificaron en un legado de 200.000 piezas.

Ahora, Lynne Cooke ha seleccionado del fondo de Castle 500 piezas para el Museo Reina Sofía , en lo que supone la primera exposición del estadounidense en nuestro país. El artista, fallecido en 1997, no había enseñado más que sus dibujos, hasta que el resto de su obra empezó a ver la luz a finales de la década de los 90 del siglo pasado.