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Penélope Cruz, al frente de la otra piratería del cine

El certamen proyectó ayer, fuera de concurso, la cuarta entrega de «Piratas del Caribe»

A la hora en la que aún están fregando la cubierta se programó la primera proyección de «Piratas del Caribe: en mareas misteriosas», o sea, para entendernos, «Piratas del Caribe 4». A las ocho de la mañana, como es de suponer, nadie iba hacia allí con cara ni cuerpo de encontrarse un tesoro. Y no lo encontró. La película de Rob Marshall no es un cofre abierto y lleno de sorpresas, aunque tiene al menos dos grandes novedades: las dichosas gafas del 3D y la presencia de Penélope Cruz, que le sigue el rollito a ese plumero andante llamado Jack Sparrow que interpreta Johnny Depp. Tras la obligada y trabajada primera escena entre ellos, en la que cruzan espadas y algo de química, su chisporroteo como pareja en la pantalla no es de los que harán época (creo, sinceramente, que la serie ganará mucho en química si, ya librada de Orlando Bloom, sigue Penélope Cruz y contratan a Bardem como Sparrow)...

Hay buenos momentos en la película, como la primera huida de Sparrow de las garras de Barbosa o como el ataque de las sirenas, pero las dos horas y veinte minutos que duran no pasan del todo en balde. La aventura en la que se embarcan en esta ocasión tiene, sin pretenderlo, su puntito de trascendencia filosófica al ir todos los piratas y corsarios a la búsqueda de la fuente de la eterna juventud, y los primeros planos de Geoffrey Rush y de Ian McShane, los malos y los buenos de esta historia, corroboran la urgencia de beber ese agua mezclada con la lágrima de una sirena, porque ni Barbosa ni Barbanegra (gris y despeluchada) parecen aguantar de pie otra entrega. El preestreno de esta película aquí en el Festival de Cannes ha acaparado todo el interés y ha dejado en la penumbra al resto del cine del programa.

La sección oficial ofrecía una película israelí titulada «Footnote» (a pie de página), de Joseph Cedar, y era una tragedia contada en tono de alegre comedieta y con una música merecedora, al menos, de una multa. La nuez amarga de la historia consiste en la competencia insana que surge entre un padre y un hijo, ambos «buscadores» o filólogos del Talmud, y ambos con el mismo apellido, lo que provoca una confusión sobre quién ha ganado el Premio Israel, el más prestigioso que otorga ese país a sus intelectuales y artistas. Los dos personajes, Eliezer y Uriel Shkolnik, junto al de otro profesor, Grossman, belicoso, puñetero y despiadado, forman un trío al que le hubiera sacado más jugo Shakespeare o, como poco, Ibsen. «Footnote» es ese tipo de películas que, como comedia, se queda algo corta y, como tragedia, desde luego, a varios kilómetros no ya de la meta, sino de la línea de salida.

Fuera de la competición se presentaba un tozudo ganador de ellas, el coreano Kim Ki-duk, desaparecido desde hace unos años tras el accidente que sufrió una de sus actrices durante el rodaje de lo que era, hasta ahora, su última película, «Dream». Retirado, amuermado y, más habitual en él, chalado, ha hecho una «cosa» titulada «Arirang», uno de esos ejercicios de «yo y mi cámara», para explicar, explicarse y explicárselo... Lo ha hecho todo, hasta montar sus primeros planos a la cámara contándole hasta el más diminuto de sus pensamientos y temores. Canta —bastante mal, por cierto— el poema que le da título a su película y, en general, se desfonda él y le desfondará a usted, espectador, si es que decide tratar a esta película de Kim Ki-duk como a esos amigos plastas que te lo quieren contar todo.

Y en esa misma sección, Une Certaine Regard, el mexicano Gerardo Naranjo muestra las tripas de la realidad de su país en una película, «Miss Bala», en la que la violencia está tan integrada como el queso en un «croque monsieur». Y toda ella cae, con todo el peso de la casualidad, en una joven que pasaba por allí. Naranjo no muestra nada nuevo, es cierto, pero retrata muy bien la naturalidad con la que se delinque, viola, mata, roba y trafica en su país y a plena luz del día mientras se celebran estupendos concursos de belleza. Seguro que ha de haber gente honrada en México, pero, desde luego, no es aquí en «Mis Bala» donde se ve.

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