Un tatuaje delató al padre pederasta

MADRID

«Cooldaddy» (papá guay) ofrecía en Internet violaciones de menores en el camarote de un yate y en una habitación a pederastas como él. El reclamo: sus propios hijos y los de su segunda pareja, cuatro criaturas de 3, 6, 8 y 9 años que aparecían como mercancía sexual en foros privados de Internet. El vídeo «Trío familia alemana» fue detectado en marzo por la Policía danesa. Los niños llamaban papá al agresor en ese idioma, de ahí que los agentes se pusieran en contacto con sus colegas germanos. El «collage» con imágenes de varias agresiones sexuales iba acompañado de un correo en el que el individuo aportaba datos falsos y reales, y en el que se camuflaba la conexión. Decía que era dueño de una academia de tenis en Mallorca, que la Policía registró su casa hace doce años (en realidad se le investigó por distribuir pornografía hace dos), que los niños vivían con sus madres y que él tenía una nueva novia y «otra» hija de la que pensaba abusar. Los rostros de los críos aparecían nítidos, pero el suyo no.

El 13 de abril la Brigada de Investigación Tecnológica (BIT) de la Policía Nacional recibía el vídeo y una semana después ya le habían puesto las esposas al criminal. La «Cool» ha sido una investigación contrarreloj y brillante a partes iguales con un solo objetivo: sacar a los niños de las garras del padre pederasta. Los agentes suponían —y acertaron— que pasarían con él las vacaciones de Semana Santa.

El monstruo se llama H.J. Nació cerca de Stuttgart (Alemania) hace 32 años y llevaba siete en Mallorca viviendo a cuerpo de rey, con yate y mansión en Lluc Major (Mallorca). Se dedicaba a crear empresas cada dos o tres meses, dedicadas a la promoción inmobiliaria para compatriotas y a los juegos y apuestas en Internet. Luego las cerraba y desaparecía. En su país tiene antecedentes por estafa y aquí se ha empezado a investigar.

Las violaciones empezaron en 2008 y se cree que han continuado hasta ahora. «Llevo muchos años en esto y cada vez me acostumbro menos. Las declaraciones de los niños han sido terribles», reconocía el inspector jefe de la BIT, Luis García. H. J. no vivía con sus hijos naturales —estaba separado—, pero se los llevaba a casa fines de semana y vacaciones. Los agentes mostraron las fotos de los niños colegio por colegio hasta que encontraron a una secretaria que los reconoció: los cinco (tres propios y dos de su segunda compañera) habían estudiado allí; luego habían cambiado de centro. Todos los protagonistas que aparecían en la historia eran muy activos en las redes sociales de internet y aportaron, sin saberlo, una valiosa información. «Por primera vez hemos obtenido más datos de estas fuentes abiertas que de las bases de datos policiales, del padrón o de otros registros oficiales». La solicitud de una ayuda escolar dio la pista para centrar a los niños en el nuevo colegio de la isla. La directora, al tanto del caso, contó a los agentes que el miércoles 20 el padre iba a recogerlos para las vacaciones escolares, algo que jamás hacía.

A las puertas del centro se apostaron los funcionarios, que ya se habían reconvertido en antenistas, taxistas y jardineros e incluso habían perseguido a otro hombre «casi un clon» del sospechoso, que además era su empleado. El pederasta fue detenido antes de bajarse del coche. No dijo ni una palabra, no admitió nada, pese a entender castellano perfectamente recurría a la estrategia del traductor. La tarjeta de memoria que guardaba en su coche y las fotografías de los abusos fueron pruebas más que suficientes para enviarlo a prisión. Además en el registro de la casa se encontró la gorra y la manta que se veía en el vídeo; se identificó el el camarote del barco de los horrores, que ya había vendido antes de comprar otro. El vídeo con las criaturas sodomizadas sigue circulando en foros cerrados y se ha comprobado que decenas de pedófilos se han hecho con él. Es el siguiente objetivo: quitarlo de la circulación.