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Memoria y esperanza

«A los diez años de haber dejado la política activa, Marcelino Oreja ha decidido conjurar el tiempo amarillo con la tinta negra de la letra impresa y acaba de publicar sus memorias. Un relato ameno y esclarecedor del último medio siglo de la historia de España visto a través de los ojos de uno de sus más caracterizados protagonistas»

Día 11/05/2011

LOS españoles, no sé si por pudor, pereza o una mezcla de ambos, somos poco dados al género autobiográfico. Una lástima, porque no hay nada más cierto que los versos de Miguel Hernández: «Un día/ se pondrá el tiempo amarillo sobre mi fotografía». A los diez años de haber dejado la política activa, Marcelino Oreja ha decidido conjurar el tiempo amarillo con la tinta negra de la letra impresa y acaba de publicar sus memorias. Llevan por título «Memoria y esperanza», palabras que toma prestadas del discurso de contestación de Gregorio Marañón a la entrada de Pedro Laín en la Real Academia Española en un ya lejano día de 1954. No resisto la tentación de transcribirlas: «Memoria y esperanza, con su temblor de ansiedad, son los puntos de apoyo del genio creador del hombre y, tal vez, especialmente, del hombre español. Recordar y esperar es, en suma, crear, y crear siempre está a un paso de creer».

Los recuerdos de Oreja comienzan con el hecho que marcó su vida: el asesinato de su padre en Mondragón en octubre de 1934, unos meses antes de su nacimiento, el 13 de febrero de 1935. De ese padre del que dijo Gil-Robles que «era uno de esos hombres que pudiéramos llamar honda y profundamente constructivos, que no llevan jamás una nota amarga, una nota pesimista, capaz de proyectar las luminosidades de su corazón generoso entre sus amigos y enemigos». Las palabras de Marañón y de Gil-Robles definen a la perfección la sustancia de Marcelino Oreja: hombre de creencias y de acción, constructivo, optimista y generoso.

Las seiscientas cuarenta páginas de su libro constituyen un relato ameno y esclarecedor del último medio siglo de la historia de España visto a través de los ojos de uno de sus más caracterizados protagonistas. Desde su condición de vasco que siempre ha sentido —son sus palabras— «una gran confianza en España», Oreja explica el objetivo que ha guiado su vida: alcanzar una sociedad más libre, más justa y más solidaria y hacer de España una de las grandes democracias del mundo. Para conseguir estos objetivos es necesario prepararse: brillante estudiante universitario cuya tesis doctoral obtuvo el premio extraordinario, número uno de su promoción en la escuela diplomática, Oreja es ante todo un servidor del Estado, un profesional concienzudo que no duda en comerse el ojo del cordero en la visita a Mauritania o rechaza amablemente las dos petites cuisines que le pusieron de acompañantes en otro país africano, y aprenderá junto a sus maestros Castiella y Areilza los entresijos de una diplomacia cuyos mandos asumirá en 1976, en los días clave de la transición política de España.

Frente al adanismo de algunos, el relato de Oreja pone palmariamente de manifiesto las líneas maestras de la política exterior de España en el último medio siglo. Ya se trate de nuestra incorporación a las Comunidades europeas o a la OTAN, las relaciones con los EE.UU., el contencioso de Gibraltar, la descolonización del Sahara o las relaciones con la Santa Sede, un país que se tome en serio debe tener una política exterior coherente y cohesionada, alejada de los bandazos o del albur de ocurrencias más o menos ingeniosas. Oreja cree firmemente que un país como el nuestro, con el peso de su historia, su proyección americana, su pujanza económica, la herramienta de su lengua y las ganas de sus gentes tiene que jugar con decisión la baza europea. De ahí que, junto con la normalización de las relaciones internacionales, nuestra entrada en Europa se convierta en el hilo conductor de los cuatro años en que estuvo al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores.

Particularmente relevante es el espacio que ocupa la hermosa aventura de la transición política. El propio Oreja es un exponente significativo del «espíritu» de esa transición, caracterizado por la búsqueda de diálogo para la obtención del consenso, por entender las razones del otro, que puede ser un adversario pero jamás un enemigo, que dio lugar a un proceso admirado en todo el mundo y abrió la puerta a los treinta mejores años de la historia de España. Los principales protagonistas de la transición aparecen en este libro caracterizados con perspicacia y agudeza.

Especialmente impactantes son las páginas que dedica Oreja a su paso por la delegación del Gobierno en el País Vasco, donde narra los terribles momentos de soledad y angustia frente al acoso del terrorismo y la animosidad de los nacionalistas, alguno de los cuales, como Carlos Garaicoechea, ha regresado recientemente de la noche de los tiempos como avalista de Bildu.

Especialmente interesantes son sus años al frente de la Secretaría General del Consejo de Europa, donde afianza a la organización garante de las libertades y defensora de los derechos humanos en Europa al tiempo que intuye los cambios que se avecinan tras el Muro de Berlín y lanza iniciativas culturales como el camino de Santiago, una de sus devociones, a la que dedica un muy ameno capítulo.

Más tarde, como Comisario europeo, Oreja muestra otra de las facetas de su personalidad, la versatilidad, ocupándose de carteras tan dispares como la energética, la cultural o la audiovisual, o la reforma de los Tratados.

Oreja, que ya participó en la fundación de la UCD, tuvo un papel muy relevante en la refundación del centro-derecha a finales de los años ochenta. Sus premisas eran claras: construir el Partido Popular sobre la base de una coalición de partidos nucleada en torno a Alianza Popular, apostar por el centrismo en el terreno de las ideas, alinearse con el Partido Popular Europeo, que encarnaba los valores del centro-derecha en Europa, e integrar y no excluir a nadie. Solo cuando estos postulados se llevaron a la práctica estuvo el PP en condiciones de ganar unas elecciones en España.

Por las páginas de «Memoria y esperanza» desfilan los numerosos personajes a los que Oreja conoció y trató en sus diferentes responsabilidades, su familia y sus muchos amigos. Una faceta quizá menos conocida, la empresarial, tiene también especial relevancia en este libro, desde su participación en Agromán hasta su implicación en Fomento de Construcciones y Contratas. Alejado de la política activa, Oreja sigue en contacto con ella, ya sea desde la presidencia de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas o del Instituto de Estudios Europeos de la Universidad San Pablo CEU.

En abril de 2010, S. M. el Rey honró a Marcelino con la concesión del marquesado de Oreja. El mismo día en que el real decreto apareció publicado en el BOE, Marcelino, acompañado por Silvia, su mujer, se encontraba en Mondragón para realizar el último recorrido que había hecho su padre antes de morir: el hijo ennoblecido al encuentro del recuerdo de un hombre noble. Y es que la vida, a veces, hace las cosas bien.

ÍÑIGO MÉNDEZ DE VIGO ES

EURODIPUTADO DEL PP

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