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GIRO DE ITALIA

Luto por la muerte de Weylandt

El joven belga murió en el acto al impactar contra un muro en un peligroso descenso

J. GÓMEZ PEÑA

ENVIADO ESPECIAL A RAPALLO (ITALIA)

Somos velas. Basta un soplido. Hace justo hoy un año, Wouter Weylandt ganó la tercera etapa del Giro. Ayer, en la tercera jornada de esta edición, perdió la vida en una brutal caída, como el cántabro Juan Manuel Sanstisteban en 1976. Velas. No hace tanto, cuando Weylandt era aún un chaval, sus padres le quisieron apartar de la bicicleta. Tanto riesgo. Querían que estudiase. Y lo hizo: empezó con los libros de Económicas. Pero los dejó por la bicicleta, la misma que ayer se clavó contra un muro del descenso del Passo del Bocco, a 25 kilómetros de la meta de Rapallo. La del luto. Un escalofrío que recorrió la espina del Giro y llegó hasta Bélgica, hasta la casa desesperada de la novia embarazada del ciclista de solo 26 años que ayer se mató en un soplido. En septiembre nacerá un bebé huérfano.

Aún no eran las cinco de la tarde. El coche del equipo Garmin se topó con un drama. Allí delante, tirado como un muñeco de trapo, sangraba un ciclista del Leopard, Wouter Weylandt. «En cuanto lo he visto, con el cuello doblado como si se lo hubieran partido, he pensado que estaba muerto», contó el director Bingen Fernández. En el asiento de atrás viajaba Jeff, un mecánico. Se echó las manos a la cabeza: Jeff estaba en el coche del Motorola que durante el Tour de 1995 atendió a Fabio Casartelli, fallecido en aquel descenso del Port d'Aspet.

Al parecer, a la salida de una curva, Weylandt tocó con uno de sus pedales en el guardarraíl izquierdo. Chispas. Eso le desequilibró y convirtió su bicicleta en un toro mecánico. Cabrioleando hasta impactar con la pared de piedra que ceñía la carretera por la derecha. Acabó arrojado en el suelo 20 metros más allá. Golpe seco, con la cabeza ladeada. Le partió el cráneo como una nuez. Perdió masa encefálica. El médico del Giro, Giovanni Tredici, llegó a los veinte segundos. Durante más de veinte minutos, trataron de reanimarle. Masajes cardíacos mientras por la nariz del ciclista brotaba un río de sangre. Ya se le había ido la vida. Le cortaron la correa del casco con tijeras; le abrieron el maillot; le soltaron la cinta del pulsómetro que cruzaba su pecho. Sin pulso. Aquello era un barranco. Al helicóptero le costó posarse y para cuando lo hizo, Weylandt ya no estaba en este mundo. «Ha muerto en el acto. Tenía la cabeza abierta», declaró el doctor.

Es la carretera que baja a la costa de Rapallo desde el Passo del Bocco. Los ciclistas saben que ahí suele haber caídas. Campo minado. Es un laberinto de curvas que no permite deslices. Corre entre un muro y el terraplén. Es estrecha, sin margen. El pelotón volaba, bajaba sin bozal. Hubo pinchazos y caídas. Desde 2009, desde que Pedro Horrillo voló sobre un barranco y casi se mata, el Giro dispone de dos ambulancias extra para casos así. Ni eso rescató a Weylandt.

¿Neutralizar la etapa?

Hay silencios que tapan el bullicio. Las lágrimas confirmaron el peor pronóstico en el autobús del Leopard, que esperaba un milagro. La vida de Weylandt parecía aún en puntos suspensivos. Pero no hubo milagro. Ha sido un impacto de un violencia tremenda, dijeron los testigos. El aragonés Ángel Vicioso levantó los brazos como ganador. Nada sabía. Lo supo enseguida: su director, con las manos, le pidió calma: Tranquilo, no lo celebres».

Los ciclistas estudiaban ayer neutralizar la cuarta etapa de hoy. Planean circular a baja velocidad y permitir que los ciclistas del Leopard crucen en primer línea la meta. La organización respetará cualquier decisión que tomen los corredores.

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