Dice que seis años al frente del colegio del hospital le parecen más de media vida, y no por cansancio o hastío, sino por todo lo contrario...
-¡Así es! Porque esto te llena y te engancha. Yo era directora del colegio Pasamonte de Moratalaz, y cuando se jubiló la directora del colegio del hospital del Niño Jesús tuve la opción de venirme. ¡Y hoy tengo la satisfacción de poder decir que me adapté rápidamente! Fue llegar, ponerme la bata, meterme en el mundo de la atención educativa al enfermo y empezar a disfrutar de un trabajo enriquecedor por muchos motivos: el primero, porque los niños con los que tú tienes que trabajar quieren aprender. Aquí se da además una relación directa con las familias de la que careces en un centro ordinario. Y luego, como no solamente está lo educativo, sino además lo sanitario, el trabajo que hacemos es multidisciplinar. Cuando llegamos por la mañana, lo primero que hacemos es ver con la supervisora ese día qué niños hay, quién de ellos puede ir al aula y quién no, con lo que te encuentras con una situación diferente cada día. En el aula a lo mejor al niño le pita la maquinita y tienes que dar al timbre para que le atienda la enfermera, o tienes que dejar un momento que entre el médico para pasar consulta. Y ese ensamblaje está asumido por todos los del hospital porque nuestro objetivo común es el niño.
-Y hay que multiplicarse para dar clases a chavales de todas las edades, como en las escuelas de pueblo.
-Sí, esto es como una unitaria. Yo, de hecho, cuando era niña estudié en una de esas escuelas, y ahí había niños de seis a catorce años. Por eso me dije: «Tengo que hacer aquí lo que hacía en mi pueblo doña Nati, que era una maestra maravillosa». Al final, el hospital me ha puesto fácil intentar ser como ella.
-Pero aquí está el factor añadido de una intensa implicación afectiva, pues usted trabaja con niños de la unidad oncológica.
-Esa es la parte dura. Pero, precisamente porque hay días que no son fáciles, eso hace que te vuelques más. La gratificación está en el día a día. Tuve aquí hace poco a un chaval de Segundo de la ESO al que le puse un diez en Matemáticas en el examen que le habían enviado desde su colegio (porque aquí se sigue con ellos todo lo que hacen en sus centros de origen), y él me dijo: «No me hagas esto, yo no he sacado un diez en matemáticas en mi vida. Me lo estarás regalando». Y no. Lo que sucede es que al ser una enseñanza tan individualizada se consiguen muy buenos resultados. Además, seguir con sus clases es lo que normaliza su situación, eso es vital para ellos.
-¿Cuando no pueden ir al aula se les da clase en su habitación?
-Sí, y se puede dar el caso de que tengas que examinar a pie de cama a un niño con la mascarilla puesta. En ese momento sientes que la enfermera y el profesor forman equipo. El año pasado tuvimos nada menos que 1.420 alumnos, unos en estancias cortas, y las de otros más prolongadas. Así que muchos niños a los que doy clase ahora mismo los tenía cuando llegué. Hay críos que aprendieron a leer en el colegio del hospital y ya están en la Universidad. Y es un esfuerzo no solo nuestro, sino de muchos centros: allí donde hay camas pediátricas, hay aula hospitalaria.
-¿Y cuando un niño fallece?
-Es muy doloroso, y en esos momentos es importante estar ahí, en la UVI, junto a la familia. Es una situación que vives muy intensamente, pero tienes a la vez que coger fuerzas, estar anímicamente fuerte, porque cuando sales debes cambiar el chip. Los demás niños y sus familias no tienen por qué ver ni sentir lo que tú estás pasando. Eso sí, una cosa que me cuesta mucho cuando algún niño se nos ha ido es quitar su número de mi móvil. ¡Te queda el deseo de que al menos él o ella sigan ahí!
