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COSAS DEL DIAL

VUELAN LAS NAVAJAS

JOSÉ SOTELO

Llámenla si buscan bronca con el PartidoPopular. Ana Pastor se encabalga con frecuencia en la disputa con las damas de lo que ella juzga la derechona. Lo hace desde esa atalaya televisiva que pagamos todos. Así, con Esperanza. Así, con Cospedal. Con ninguna pudo, aunque luego la jalean por las tertulias de pesebre y corral.

También se le cayó el velo con el dictadorzuelo iraní y fue Oriana por un día. Incluso se enzarzó tiempo ha con Alfonso Guerra, aquel implacable bulldog ahora desdentado. El encontronazo en los desayunos de TVE ha sido la anécdota mediática de una semana enfangada por Bildu (que nos lo cuelan, al tiempo), desbordada por el lacerante paro y caramelizada con la ceremonia matrimonial de la adorable Kate, sweet Catalina y su hermanita Pippa, la paje Pippa (¿o será paja, que diría Leire?) el gran descubrimiento planetario. ¿Y Zapatero? Como no le dejan asomar por los mítines de su partido, se refugia en Youtube, más pasmado que taimado. Bienvenido míster Chance, el jardinero bobo que encarnara Peter Sellers.

A doce segundos de que arranque la tediosa liturgia preelectoral, a la tele pública parecen haberle ordenado embestir contra el PP (un Lucas, en RNE, también intentó navajear a la vulnerable Ana Mato) mientras a las televisiones privadas les dibujan el planillo de los informativos. Tantos minutos a éste, tantos minutos a estos otros. «¿Y quién controlará a la tele oficial del PSOE?», decía Curri Valenzuela en los «Protagonistas» de Punto Radio. «Me sublevo contra estos partidos que tratan a los periodistas como en tiempos que pensábamos pasados», razonaba Félix Madero. «Lo mejor es no hacerles ni caso», sentenciaba Herrera en La Onda. «En plena epopeya de la corrupción, los políticos se dedican a escrutar el minutado electoral de las televisiones privadas», clamaba un oyente de «De Costa a Costa». «Nos hacen cínicos, o nos alejan de las urnas», explicaba un televidente de La 10. O como diría aquel personaje de Truffaut: «¿Y tú en qué crees?». «En nada, soy demasiado civilizado para creer».

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