Hazte premium Hazte premium

OPINIÓN

Por no molestar

JUAN ZUMALDE

SEGURAMENTE, mi padre murió en la mañana de Sábado Santo por no molestar. Supongo que pensó que así todo estaría resuelto durante las vacaciones. Haría más fácil para nosotros acudir desde Valencia hasta Bilbao para despedirnos de él. Y también para mi hermana, que así tendría a su marido y sus hijos más cerca, si es que se puede, para echar una mano en el último esfuerzo que les ha tocado hacer por nuestro padre.

Y es que a mi padre no le gustaba molestar. Con todo lo bueno y lo malo que tiene esta característica. Recuerdo de mi infancia que cuando íbamos a Oñate a visitar a su familia, él nunca quería quedarse a dormir. Solo por no molestar. Y, por no molestar, solo discutía cuando no había más posibilidad que hacerlo. Y eso le ayudo a vivir tranquilo y también le trajo problemas graves que nunca supo resolver.

Mi padre fue un hombre feliz. Jamás aprecié en él el más mínimo apego por las cosas materiales. Tal vez eso le ayudó. Siempre se conformó con lo que tenía, incluso con menos de lo que tenía, a juzgar por lo fácilmente que lo daba todo. Y recuerdo vagamente que cuando las cosas le fueron un poco bien y mi madre se empeñó en comprar un apartamento en la playa, él consideraba que era un lujo excesivo para nosotros. Y se preocupaba por qué podría pensar de un alarde como ese la familia más cercana. Vamos, que no quería molestar.

Lo cierto es que conocí de verdad a mi padre cuando dejé de vivir con él. La distancia me ayudó a verlo de manera más nítida. De niño, la omnipresencia de mi madre me impidió saber quién era. Cuando ella murió, hace ya 23 años, él empezó a ser más visible. Y a pesar de que fue apenas dos años después cuando me mudé a Valencia, fue entonces cuando realmente aprendí quién era él.

De hecho, no tengo recuerdo de haber abrazado de verdad a mi padre antes de ese momento. Aunque sí recuerdo como si fuera hoy los masajes que me daba de niño en la cama todas las noches. Me gustaban tanto que estoy seguro que son el origen de que hoy yo sea un vicioso de los masajes.

Las pasadas Navidades, no sé qué afición le tenía a las fechas religiosas, mi padre iba a morirse. Todos lo asumimos, su familia, sus médicos, sus amigos… Ingresado en la clínica nos dijeron que nada se podía hacer por él. Creo que en el único atisbo de ganas de molestar que le he visto en su vida, nada más terminar la conversación con los médicos, mi padre se levantó por su propio pie de la cama y nos dejó a todos en evidencia.

El pasado 14 de febrero cumplió 82 años. Es la última vez que le vimos. Fuimos a Bilbao a celebrar su cumpleaños. Nos llevó a pasear, enseñó a sus nietas el parque de Doña Casilda. Nos tuvo dos horas callejeando por la ciudad. Nos contó mil historias. Él lo pasó bien, las niñas disfrutaron de su aitite. Y yo le abracé un par de veces más.

Cada día que pasa me reconozco más en mi padre. Y eso me gusta. Pero tendré que esmerarme para ser más feliz y para dejarme conocer más por mis hijos. Por lo pronto, espero no haberos molestado con este pequeño homenaje.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación