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Calle Trípoli, las cenizas de Misrata

Objetivo de bombardeos, tanques y francotiradores, esta zona es la más caliente de la guerra civil en Libia

Calle Trípoli, las cenizas de Misrata AP

LAURA L. CARO

Todavía ayer salía humo de las cenizas de la calle Trípoli, la columna vertebral de Misrata donde los tanques de Gadafi fueron aplastados por la OTAN la semana pasada en su avance hacia lo que habría sido una conquista segura de la ciudad. Seis blindados fueron bombardeados mientras se ocultaban en el mercado, y sus esqueletos retorcidos han quedado allí para trofeo de los rebeldes, que el martes guardaban vigilia en el paisaje fantasma de la devastación a la espera de la siguiente embestida.

«Estamos listos cada segundo del día», aseguraba Ade Absalam, de 40 años, «ex soldado del Ejército» —se retrata—, y ahora jefe de un comando insurgente que el domingo perdía a 16 de los suyos víctimas de los disparos de los francotiradores y de los cohetes que los leales al coronel dejaron en su sospechosa retirada de Misrata.

También dispararon miles de ráfagas con las ametralladoras pesadas, y los casquillos —munición de 14,5 milímetros con capacidad antiaérea de corto alcance— tapizan la carretera. No ha quedado una fachada sana. Las cocinas de las viviendas, vacías desde que la gente huyó hace semanas de los combates en dirección al sur, se ven a través de los agujeros negros abiertos por los obuses. Ahora el silencio es sobrecogedor. Y también la pintada escrita en la pared del cine descerrajado, que como en una película de terror anuncia: «El juego ha terminado, ha llegado tu hora de morir».

Ningún civil sensato ha pisado la calle Trípoli hace semanas. Ayer, los primeros se adentraban a ver qué ha sido de sus casas entre los cascotes y los veinteañeros armados, que el martes custodiaban cada esquina sin inmutarse por el estruendo de los proyectiles impactando a trece kilómetros, en el puerto. Los hombres del sátrapa están intentando de nuevo controlar la estratégica salida al mar. Su ataque dejó cuatro muertos, tres libios y un nigeriano. Testigos aseguraban que hubo un bombardeo aliado contra las lanzaderas de los leales. El asedio a Misrata no termina nunca.

«Esperamos cualquier cosa de Gadafi... puede hacer lo que quiera, hay demasiada calma en la ciudad y eso es que está preparando algo...», analizaba el jefe Absalam dentro de la guarida de turno, un chalé de hormigón con aspecto de búnker prestado por un vecino, en el que se acumulan fusiles y lanzacohetes arrebatados a las fuerzas del dictador y muchachos combatientes dormitando en colchonetas por todas partes. En tres días se habrán ido a otro sitio. «Llevamos así un mes y medio... es lo más seguro», dice.

Preguntado por cómo se están organizando para lo que está por venir, el líder rebelde se encoge de hombros, recalca que han barricado toda la zona y enseña un walkie-talkie. «Estamos en esto todos los jóvenes de Misrata... miles. Libertad o muerte», proclama, y resuelve asegurando que «cada uno ya sabe lo que tiene que hacer».

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