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TENIS | MONTECARLO

Montecarlo, paraíso de Nadal

Al igual que el año pasado, estrena palmarés en el Principado, después de derrotar a un bravo Ferrer, y logra su séptimo título consecutivo en el torneo

Montecarlo, paraíso de Nadal EFE

ENRIQUE YUNTA

Con la primavera se agranda la leyenda de Rafa Nadal , hinchada su descomunal figura al sol de Montecarlo. Ese es su paraíso y nadie se lo discute, campeón por séptima vez en el Principado, ganador de un tenso debate ante un David Ferrer (6-4 y 7-5) que está pletórico en este 2011 de noticias agradables. [Así hemos contado el partido]

Es prácticamente misión imposible tumbar al número uno del mundo en esta superficie y en su estantería ya acumula treinta trofeos en tierra, tantos como mitos de la talla de Manuel Orantes y Bjorn Borg. En el horizonte, Thomas Muster (40) y Guillermo Vilas (45), los próximos que caerán cuando Nadal alcance la eternidad. Va camino de ser único.

Tiene Montecarlo cierta mística en la vida de Nadal , conquistado el torneo en todas sus versiones. Hace ocho años, cuando la melena era más salvaje y estaba despegando, tenista a medio hacer del que se hablaban maravillas, perdió contra Guillermo Coria en octavos de final, alterado porque le faltaba una experiencia que hoy le sobra.

Nadal domina a las mil maravillas cada situación y es consciente de que su temporada de mordiscos empieza aquí, defensor de un botín inmenso porque en el curso anterior arrasó desde exactamente el mismo punto de partida. En Mónaco, dado por muerto tras once meses sin ganar nada ya que una lesión le frenó en seco, se liberó en aquella final arrolladora con Fernando Verdasco como enemigo .

En Mónaco, exigido después de haber perdido dos finales en Indian Wells y Miami contra Djokovic de forma consecutiva, con la mosca detrás de la oreja porque el serbio amenaza con robarle la corona del planeta tenis, sudó una barbaridad para silenciar a Ferrer, al que se le resiste un torneo de renombre.

Ferrer juega sin saque

Nadal ganó desde el músculo ya que no pudo contemporizar ni una pizca, castigado el sábado con tres horas de guerra y tortura con Murray. La final, dos horas y 17 minutos, también fue intensa , seguramente más que brillante porque se alternaron los regalos con puntazos de nivel, muy discutido cada saque. Ninguno de los dos es un portento al servicio y a Ferrer le pesó especialmente su pésimo porcentaje en la manga inicial, que llegó a cotas ínfimas del 21 por ciento de primeros y que corrigió con un 30 igualmente insuficiente.

Pesa mucho con Nadal al otro lado de la pista, aunque el alicantino contrarrestó ese agujero con un peloteo agresivo desde el fondo de la pista. De una vez por todas, Ferrer se ha convencido de que está entre los mejores y su ranking, sexto del mundo, no admite discusión. Campeón en Auckland y en Acapulco, semifinalista en Australia dejando por el camino precisamente a Nadal, amenaza con quedarse ahí. Ahora tiene fe.

Le falta mantenerla en momentos decisivos como cuando recuperó su saque en el segundo parcial y con 5-5 e iguales sacaba para asegurarse, como poco, el juego decisivo que podía llevar el duelo al tercer set. Una doble falta y una derecha desviadísima le condenaron y Nadal pudo al fin extender los brazos, tan alegre con su victoria de ayer —36 seguidas en el torneo, 39 de 40— como cuando logró la primera. He aquí el mérito de este jugador, a quien le sigue emocionando la entrega de trofeos. «Es un día muy especial, ganar aquí por séptima vez es mucho más que un sueño, jamás lo pude imaginar», dijo ante las cámaras. «Ha sido un partido muy largo, muy duro». En Montecarlo, Nadal lo volvió a hacer. Y ya van siete.

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