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Las fuerzas de Ouattara capturan a Gbagbo en Abiyán con la ayuda francesa

El nuevo presidente de Costa de Marfil ordena enjuiciar a su antecesor y pide a los milicianos que dejen las armas

EDUARDO S. MOLANO

Más de 1.500 muertos después, el ex presidente de Costa de Marfil, Laurent Gbagbo —quien se negaba a abandonar el poder pese a su derrota en los pasados comicios de noviembre—, fue detenido ayer en su residencia en Abiyán y será llevado a la Justicia en las próximos días, según confirmó el embajador del país africano ante Naciones Unidas, Youssoufou Bamba.

Los informes iniciales aseguraban que la rendición de Gbagbo se habría producido tras el asalto a su residencia por parte de las fuerzas especiales francesas pertenecientes a la misión «Licorne». Sin embargo, el representante diplomático negó cualquier injerencia extranjera en la operación.

«Las tropas francesas no entraron en la residencia de Gbagbo y se limitaron a impedir que los rebeldes dispararan con armamento pesado sobre la población civil», reconoció Bamba, quien aseguró que el ex mandatario se encuentra en el Hotel Golf de Abiyán «a la espera de acontecimientos».

Anoche, el presidente electo, Alassane Ouattara, ordenó a su ministro de Derechos Humanos que inicie un proceso judicial contra Gbagbo, su mujer y sus partidarios. En su primera comparecencia pública tras su detención, Ouattara aseguró que tomará «todas las medidas» para garantizar la integridad física del expresidente y de todas las personas que le acompañaban en el momento de la detención. En su intervención en televisión, Ouattara reclamó a los milicianos que abandonen las armas porque «su lucha no tiene sentido». «Para recuperar el orden y la calma, he pedido a la Policía Nacional, la Gendarmería Nacional, las Fuerzas Armadas y las fuerzas imparciales que garanticen la propiedad y que el pueblo sea protegido», destacó el presidente.

El 3 de diciembre, Gbagbo fue proclamado vencedor de las elecciones presidenciales de Costa de Marfil por el Consejo constitucional, con el 51,45% de los votos. La decisión, sin embargo, no contó con el reconocimiento de la comunidad internacional, quien concedió la victoria a su rival político, Alassane Ouattara, desembocando en una ola de violencia étnica de responsabilidades dudosas.

Según denuncia la organización Human Rights Watch, las fuerzas leales a Ouattara —un mandatario que cuenta con el apoyo explícito tanto de la UE como de EE.UU.— habrían asesinado a «cientos de civiles», así como violado a más de 20 mujeres y niñas al oeste del país. «Los combatientes seleccionaron con frecuencia a sus víctimas en función de su origen étnico y los ataques los sufrieron de forma desproporcionada las personas demasiado ancianas o demasiado débiles para huir. No es matando a civiles ni violando como las fuerzas de Alassane Ouattara van a acabar con este conflicto», advirtió el director para África de la organización, Daniel Bekele. Sin embargo, para el ministro francés de Asuntos Exteriores, Alain Juppé, la «intransigencia de Gbagbo» para abandonar el poder ha sido la causa del callejón sin salida de los últimos meses. Sobre todo, después de que renunciara al exilio dorado ofrecido por Naciones Unidas.

Matanzas

En un conflicto que se ha extendido más de lo esperado —«la guerra ha terminado», afirmaba el jefe del Estado Mayor, Phillipe Mangou, hace unos días— el futuro del país es una incógnita. En cuatro meses, la crisis marfileña ha provocado la muerte de al menos 1.500 personas, en unas matanzas que la pasada semana, se cobraron la vida de centenares de personas al oeste del país, la mayoría quemadas vidas por tropas de Ouattara.

Como señalaba a ABC Albert Caramés, técnico en desarme de la ONUCI (la misión de Naciones Unidas en el país africano) la crisis marfileña ha sido, en cierta medida, un conflicto étnico y político. «Mientras que los marfileños de la etnia “senoufo” se identifican con Ouattara, la etnia “bete” es partidaria de Gbagbo. Pero también hay que tener en cuenta otros factores como la lucha por el poder central o el control del cacao», asegura Caramés, mientras remarca que éste «en ningún caso, es un conflicto religioso entre musulmanes y cristianos».

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