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Libia, potencia muyahidín

Hoy se autodefine como «musulmán moderado» y forma parte del núcleo duro revolucionario. Tarek Elmagri salió en 2003 hacia Irak para hacer la «yihad» contra las fuerzas de EE.UU. con un carné expedido por las autoridades gadafistas

Libia, potencia muyahidín MIKEL AYESTARÁN

MIKEL AYESTARÁN

Tarek Elmagri es el número 5483. Guarda la tarjeta de la «Unión árabe de guerreros y víctimas de guerra» que le dieron antes de salir hacia Irak en 2003 para hacer la «yihad» (guerra santa) contra las fuerzas estadounidenses. Un documento que le acredita como miembro de la «Asociación de muyahidines de Libia» y que fue expedido por las autoridades gadafistas a través de las oficinas de reclutamiento que abrieron en todos los campus universitarios de Libia. «Había dos maneras de ir a luchar, por medio del Gobierno o por tu cuenta. Yo elegí el viaje organizado y por eso no terminé en la cárcel a mi vuelta, otros compañeros de yihad no tuvieron la misma suerte», recuerda. Este ingeniero de 28 años resultó herido en las dos piernas en la batalla del aeropuerto de Bagdad, en la que «los feyadines de Sadam nos dejaron solos, huyeron del frente».

Hoy se autodefine como «musulmán moderado» y forma parte del núcleo duro revolucionario. Tras pasar varias semanas en el frente, ha regresado a su pueblo para organizar la retaguardia y el envío de combatientes a una primera línea, en la que «yo no he percibido presencia de árabes venidos de otros países. Hay egipcios y palestinos que llevan muchos años viviendo en Libia, y que ya se les considera libios de adopción, pero no he percibido presencia de combatientes extranjeros» , asegura.

Tarek salió de su Derna natal rumbo a El Cairo y de allí voló a Damasco, donde «funcionarios iraquíes nos esperaban en la Embajada. Había tanta gente venida de todo el mundo árabe que finalmente no nos expidieron visados, no había tiempo. Nos montaron en autobuses y salimos hacia Bagdad». Después de un mes de guerra terminó en un hospital, del que unos amigos le sacaron en coche y le condujeron a la frontera de Siria para iniciar su retorno a casa.

Punto final a una historia que se repitió en «decenas de jóvenes nacidos entre los años 1988 y 1992 que, movidos mezcla por la falta de futuro a la que el régimen libio sometía a Derna y los sentimientos de solidaridad hacia la causa árabe , salieron rumbo a Irak», informa el responsable de la recién creada Oficina de registro de víctimas, en la que elaboran la lista de los mártires de este pueblo de pescadores de la costa este, de unos 50.000 habitantes y famoso por el carácter belicoso de sus habitantes a lo largo de la historia.

El grupo más importante de víctimas es el de los prisioneros de Abu Slim —cárcel donde en 1996 unos 1.200 presos políticos fueron asesinados por las autoridades, según organizaciones de defensa de los derechos humanos y la oposición libia—, en la carpeta de yihadistas muertos o desaparecidos en la II Guerra del Golfo hay de momento 25 personas registradas.

«Aquí los compañeros del Profeta combatieron y murieron intentando expulsar a los romanos, aquí los italianos se tuvieron que emplear a fondo, aquí Gadafi nos tuvo que enviar sus aviones de guerra en los noventa y desde aquí enviamos jóvenes a las guerras santas de Afganistán y, sobre todo, Irak», detalla Abdulá Novasairi frente a las tumbas de los acompañantes del Profeta que descansan en la mezquita de Asahaba.

Cantera de yihadistas

Documentos interceptados a Al Qaida en Irak durante la «Operación Massey» revelaron que Libia fue el país que más yihadistas per cápita había suministrado a su causa. En los papeles de la red terrorista se especificaba además que entre 2006 y 2007 habían llegado 53 jóvenes de Derna a Irak para luchar contra los estadounidenses. Las filtraciones de Wikileaks descubrieron además que en 2008 un funcionario americano llegó incluso a desplazarse hasta el barrio de pescadores de Baab Al Shiha para tratar de buscar respuesta al alto número de yihadistas salidos de esta zona.

El régimen libio planificó y financió la guerra santa contra Estados Unidos durante al menos catorce meses, «pero luego las oficinas de reclutamiento se cerraron y de pronto los que antes éramos héroes nos convertimos en enemigos», asegura Ibrahim, nombre ficticio de un ex yihadista que podría formar parte de esos 53 de la red que decidió viajar por su cuenta y riesgo, y regresó a las pocas semanas «ante la cantidad de grupos distintos que estaban combatiendo, no estaba nada claro quién era Al Qaida y quién era resistencia. Todo era muy confuso».

Nada más poner los pies en Libia fue encarcelado en Abu Slim, donde pasó diez años por su presunta vinculación con la red terrorista internacional.

Derna es hoy una ciudad liberada. Perdida en el este del país y alejada de la línea de combate, los nuevos responsables se esfuerzan en mejorar la calidad de vida de la gente y hablan de «una nueva Libia plural y democrática», intentando quitarse la fama de lugar fundamentalista bajo el control de escuelas salafistas que se ha ganado a pulso en los últimos años.

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