HACIA el estrellato se nos ha lanzado esta semana el decano de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense, don Heriberto Cairo Carou. El martes, en un comunicado, explicaba el asalto a la capilla de su Facultad, el pasado día 10, como «una expresión de la pluralidad de creencias religiosas, tendencias políticas e ideologías existentes en el centro», y advertía (se supone que a los estudiantes católicos que consideran una profanación lo que sus perpetradoras, cursis amén de guarras, definen como performance) que «la guerra de religión no tiene sentido en este momento histórico en que la convivencia intercultural es uno de los principios democráticos de nuestro tiempo». En otras palabras: sed demócratas, cristianos míos, poned la otra mejilla y dejad que os conviertan el oratorio en una casa de tolerancia.
Hace algunos días, en El País, un columnista habitual denunciaba que los estudiantes católicos van a sus capillas a desaprender lo que aprenden en clase. Ojalá fuera cierto en lo que concierne a los alumnos de don Heriberto Cairo Carou, del que no me asombra que llegara a decano de Políticas (condición que no exige más dotes intelectuales y morales que la de columnista habitual de El País), sino que aprobara en su día la selectividad. Pero una semana da mucho de sí, sobre todo en el campus de Somosaguas. El mismo día del comunicado pluralista e intercultural de don Heriberto, el embajador de Israel en España, don Raphael Schutz, protesta por la cancelación decanal de una mesa redonda sobre el vigésimoquinto aniversario de las relaciones diplomáticas hispano-israelíes, que iba a tener lugar esa tarde en el salón de grados de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología. La carta del Embajador va dirigida a don Heriberto Cairo Carou, que responde al instante, arguyendo que el acto no se ha cancelado, sino que ni siquiera se había solicitado su celebración.
El embajador Schutz contesta el día siguiente al decano, adjuntando a su carta una fotocopia de la reserva que se hizo del salón de grados para el acto mencionado, con el visto bueno del decanato firmado el día 22 de marzo. Extracto un párrafo de la respuesta de don Heriberto (31 de marzo): «Quisiera pedir que no se interprete la cuestión como una censura sectaria ni como un rechazo cultural-ideológico. Sólo se trataba de asegurar un buen acto académico que discurra con la normalidad que es debida y en un ambiente más sosegado que el que las actuales circunstancias en esta universidad, que nada tienen que ver con ustedes, hacen prever».
Por supuesto, tratándose de don Heriberto, no hay motivos para sospechar que detrás de la suspensión haya un rechazo cultural-ideológico o cultural-religioso-deportivo-benéfico al Estado de Israel. Pero, como director general de Universidades e Investigación de la Comunidad de Madrid, me preocupa lo que el decano insinúa acerca de las «actuales circunstancias» de la Universidad Complutense. Después de leer su comunicado del día 29, creía que aquélla era una balsa pluralista de aceite. Por eso, con toda candidez y buena fe, preguntaría al rector y demás autoridades académicas: ¿Me he perdido algo que debería saber?