La fascinación de Jorge Edwards (Santigo de Chile, 1931) por la figura de Michel de Montaigne, con el que se siente muy identificado, nace de sus lecturas de Unamuno, Baroja, Maeztu y, sobre todo, Azorín. El autor de «Persona non grata», «Los convidados de piedra», «El sueño de la historia», «El inútil de la familia» o «La casa de Dostoievski», entre otras, es abogado y diplomático de carrera, aunque el golpe de Estado de Pinochet le obligó a exiliarse en Europa y vivir de la literatura y del periodismo. Restaurada la democracia en su país, fue nombrado embajador en la Unesco y actualmente es el máximo representante de Chile en Francia.
—Pío Baroja decía que Latinoamérica era «el continente tonto»...
—No le faltaba razón. A veces somos menos tontos, pero de repente recaemos en la tontería.
—¿Y esta crisis económica y de valores no puede convertir a Europa en el continente «tonto» del siglo XXI?
—Espero que no, pero podría ser.
—Decía Cervantes que escribir en España era «llorar». Y Larra dijo lo mismo en el siglo XIX. ¿Y ahora, en el siglo XXI, qué es escribir?
—Mire, si yo hubiera sabido lo que era la profesión de escritor no sé si me meto a eso. A lo mejor habría sido un escritor clandestino, publicando pequeñas cosas para los amigos y para la familia. Porque este trabajo es bastante pesado y salvo que uno sea García Márquez o Isabel Allende, es una profesión también bastante mal pagada. Cuando yo le decía a mi padre que quería ser escritor, él me hacía ver que eso era una extravangancia enorme y me recomendó que me hiciera abogado, empresario, médico, ingeniero o cualquier cosa de esas, y que escribiera los fines de semana, y yo me ponía furioso.
—¿Y cree que el «viejo» tenía razón?
—Sí, finalmente la tenía. Ahora pienso que no estaba tan equivocado.
—Pero usted ganó el Premio Cervantes, el Nobel de Literatura en idioma español. ¿Ese premio no se la quitó a él y se la dio a usted?
—Cuando me dieron el Cervantes, mi padre y mi madre no estaban vivos y no lo alcanzaron a ver, pero sí, tal vez el premio cambió a mi alrededor esa visión del escritor como el inútil de la familia. Nadie en mi casa creía que yo fuera a ser escritor de mayor. Yo tenía un tío escritor, primo hermano de mi padre, que es un escritor clásico chileno, Joaquín Edwards Bello, que fue premio Nacional incluso. Pues cuando se hablaba de él en casa de mi padre o de mi abuelo, nunca se le decía Joaquín, sino el «inútil de Joaquín», y de ahí salió mi libro «El inútil de la familia», aunque el que salió más inútil de la familia fui yo. ¿Por qué? Porque sólo produzco palabras.
—Bueno, aparte de producir palabras, usted es diplomático, aunque los diplomáticos, también viven en cierto modo de las palabras...
—Sí, fui diplomático de carrera durante un breve tiempo que terminó cuando el golpe de Pinochet. Y ahora he recibido el honor de ser nombrado embajador en París por el nuevo presidente de mi país, Sebastián Piñera, de cuyo padre yo era amigo.
—Y que es de derechas...
—Consideré que la concertación de centro-izquierda estaba muy agotada, cometiendo y repitiendo errores, y decidí votar por el centro-derecha. Y después me llamó el entonces candidato para invitarme a a mí y a Vargas Llosa a un acto en Chile y allí me propuso ese puesto de embajador en París. No sé cuanto voy a durar porque es un trabajo muy pesado, pero París es la tentación eterna.
—Pues dicen de los diplomáticos que tampoco es que se maten a trabajar...
—Eso también pensaba yo cuando me metí a diplomático, que no hacían muchas cosas y que ese trabajo me daría tiempo para escribir. Pero hacemos muchas tonterías, que tenemos que hacer. Estoy muchos días en los aeropuertos, me conozco de memoria las salas vips. Te quita mucho tiempo aunque también queda algo para escribir.
—Para Montaigne un polaco es igual que un francés. Ahora en Francia va primera en las encuestas la hija de Le Pen, con un partido xenófobo. ¿Tan poco hemos avanzado en cuatro siglos y medio?
—Sería preocupante que ganara la primera vuelta de las presidenciales, una situación extrema, pero espero que eso no pase, aunque no puedo opinar mucho siendo embajador. Sí puedo decir que en Francia hace falta un Montaigne.
—A él le parecía una «aberración» cualquier guerra de religión, y ahora tenemos varias en el mundo.
—Sí, hay varias vía integrismo islámico. Montaigne aconsejaba que cualquier creencia religiosa se llevara de forma moderada. Ese consejo tiene una enorme vigencia hoy.
—¿Lo aplicaría a Libia?
—Claro, pero no puedo decir más.
Literatura neurótica
—¿Qué es lo que menos le gusta de la literatura actual?
—La literatura de antes era más sana. Ahora se escribe pensando en el premio literario, con prisa, estrés.Hay mucha neurosis y competencia y tipos que sufren mucho en este mundo y se desesperan si otro saca un premio.
—¿A usted leer le puede resultar orgásmico?
—Sí, como a Montaigne.
—¿Y cree con él que no hay placer sin dolor?
—Sí. El placer y el dolor van muy unidos en la vida.
—¿El matrimonio y el erotismo son incompatibles, como decía Montaigne?
—Esa idea era muy de él, pero esa no ha sido mi experiencia, desde luego. De Montaigne me gusta especialmente su libertad y su espíritu, la gracia y la chispa que tiene y la manera en que salta de un tema a otro.
—Usted está cerca ya de cumplir ocho décadas de vida, ¿cree que el amor de una veinteañera puede ser la mejor medicina para los cálculos, cólicos, gota y otros achaques que sufría Montaigne cuando conoció a la joven Marie de Gournay?
—Para él sí lo fue, pero creo que los amores con una veinteañera pueden ser muy agotadores para una persona de mi edad. Yo tengo una sobrina que me quiere mucho y un día vio en mi mesa un libro de Julio Cortázar y me preguntó quién era Julio Cortázar porque no lo sabía. En cambio se muere Michael Jackson y ella lo sabe todo de este cantante. Como ve, son dos mundos y culturas muy diferentes que no llegan a tocarse. Es muy difícil que eso funcione.
—Pero a Montaigne le funcionó....
—Sí, aunque no sabemos cómo. Hubo una relación epistolar muy fuerte y una relación personal breve.
—¿La vejez sin dinero o sin salud es vergonzosa?
—Sin salud es dantesca, y sin dinero también. No hace falta tener una gran fortuna, pero sí un mínimo que te dé cierta seguridad y estabilidad.
—¿La muerte empieza cuando uno pierde la curiosidad o las ganas de leer un libro, como Montaigne?
—Yo digo que el envejecimiento es eso: perder la curiosidad. Pero creo que a Montaigne eso no le pasó.
—¿Qué me dice del «amor por el instante» del que hacía gala el francés?
—Que lo entiendo. Esto del «carpe diem» es el revés del marxismo. El instante era terrible, represivo, el infierno, pero el futuro sería el paraíso. Montaigne creía en el momento.
—A usted le dijo Fidel Castro que «hay que caminar despacio para llegar antes».
—Pero él no lo cumplía. A mí me sorprendió que me dijera eso porque esa frase muestra una sabiduría conservadora, no revolucionaria. Él, cuando llegó el poder, lo nacionalizó todo y echó fuera a la mitad de la isla.
—Y mató a unos cuantos....
—Sí. Más que unos cuantos. Y mire usted el resultado: ¡qué patético! En un psiquiátrico murieron hace poco 27 enfermos por una ola de frío y ni siquiera había ventanas. Todos estaban anémicos porque los que dirigían el hospital les robaban la comida.
—Castro decía que la Historia le absolvería...
—Pues la Historia le va a condenar.
















