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Madrid 1914: Alfonso XIII y Churchill

Análisis

GONZALO

ALMAZÁN

Entre nuestro público no existe la idea de que a Winston Churchill España le deba algo en especial. Más bien se piensa, acertadamente por otra parte, que la lealtad de este singular hombre público se debía exclusivamente al Reino Unido y al Imperio Británico. Sin embargo hay dos asuntos en los que España sí debe estar muy agradecida a Churchill: sus esfuerzos para que nuestro país quedase al margen de las dos terribles guerras mundiales que ensombrecieron el siglo XX. Aunque todavía quedan muchos detalles por conocer, cada vez hay mayores referencias a los medios empleados por Churchill para que España no entrase en la II Guerra Mundial del lado del Eje. La ley británica de libertad de información del año 2000 ha abierto muchos archivos reservados e historiadores y así, entre otros, Enrique Moradiellos y Richard Wigg han analizado con bastante detalle las complejas relaciones entre Gran Bretaña y España durante el periodo 1939-45, tanto las públicas como las subterráneas, estas últimas tan decisivas. En cualquier caso Winston Churchill manifestó reiteradamente que no quería ser responsable de ningún otro baño de sangre en España, puesto que la violencia contra civiles en ambos bandos durante la guerra civil, le había afectado profundamente y quedan amplios testimonios de ello.

Mucho menos conocida es la intervención de Churchill respecto al alejamiento de España de los frentes de la Primera Guerra Mundial, que fue no sólo eficaz sino muy directa con el rey Alfonso XIII. Y no hay que olvidar que el Kaiser llegó a ofrecer a España recompensas verdaderamente suculentas, como la anexión del territorio peninsular de la nueva república portuguesa a la corona española. Es decir, palabras mayores. En abril de 1914 Churchill, que desempeñaba las funciones de ministro británico de marina, viajó a Madrid para disputar un partido de polo con Alfonso XIII y, en el curso de esta estancia, que luego se completó con una serie de conversaciones y excursiones en las que ambos estuvieron solos y alejados de todo protocolo, se forjó una auténtica amistad personal y un respeto mutuo.

En los años treinta, exiliado ya Alfonso XIII, Churchill escribiría una semblanza sobre su figura y su reinado, especialmente respetuosa con sus ideas de regeneración del país, incluida en su libro Grandes contemporáneos. Recuerdo que, cuando la leí hace muchos años, me sorprendió el afecto y, al mismo tiempo, la objetividad que el estadista británico manifestaba hacia un monarca tan denostado tradicionalmente, y no sólo por republicanos. Casi la misma que experimenté cuando, Javier Tusell —junto con su esposa Genoveva García— dedicó uno de sus últimos libros a la figura del último Alfonso y nos hizo reflexionar sobre los logros de su reinado, aunque un número significativo de ellos hubieran sido realizado por personalidades que no fueran partidarias suyas. Respecto a la persona de Alfonso XIII, Churchill escribió: «Rey o no, nadie podría desear un compañero tan agradable», añadiendo: «No vacilaré en proclamar que Alfonso XIII fue un político resuelto y frío que usó continua y plenamente toda la influencia de su oficio de rey para dominar las políticas y los destinos de su país … Su sólo objetivo era la fuerza y la fama de su reino».

GONZALO ALMAZÁN ES HISTORIADOR

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