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Las ocurrencias del tío Bernie

carlos marzal

QUÉ tío, el tío Bernard Charles Ecclestone, tío Bernie para los amigos y para la gran familia de la Fórmula 1, que somos todos los aficionados a ese extraño mercado ambulante sobre ruedas, disfrazado de deporte.

Hay quien no le ve la gracia a eso de ir atronando el mundo a trescientos y pico kilómetros por hora, de plaza en plaza, como quien dice, de país en país. Pero me parece que no se la ven porque proyectan sobre las carreras una mirada errónea, contaminada de las monsergas sobre el «fair play», que es un noble concepto del amateurismo deportivo; es decir, de una época previa a la extinción de los dinosaurios, poco más o menos.

La F1, sin embargo, no es —repito— un deporte, sino un puro espectáculo televisivo cuyos mimbres son los de una novela de aventuras, más en concreto del subgénero de piratas. Sí, piratas: con sus tripulaciones, con sus capitanes intrépidos, con sus gestas heroicas, con sus riesgos reales y con sus riesgos fingidos, con sus naves veloces. Una armada que navega de puerto en puerto para hacerse con lo más importante, el botín, y que genera en sus atraques y atracos una buena cantidad de pasta gansa, porque la marinería tiene que comer, tiene que dormir, tiene que holgar, y, con la marinería, el séquito que la sigue, que la seguimos, a pie de pista o por la tele.

La F1 es buena literatura de consumo, pero a toda leche: con sus espionajes, con sus escándalos sexuales y políticos, con sus tragedias, con sus villanos, con sus truculencias y sus cambalaches.

Algunos no le tienen simpatía a su patrón, a su dueño parcial, pero efectivo: Bernie Ecclestone, el tío Bernie. Pero no les es simpático porque no saben ver en él su yo más suyo, su verdadera naturaleza. Tito Bernie es un visionario, un artista, una mega estrella del rock, uno de los pocos «performers» del mundo globalizado. Un animador del universo, que no soporta vernos bostezar. Todo lo que hace tito Bernie lo hace por nosotros, para que el personal lo pase bien a su costa, y, por eso, claro está, tenemos que pagarle lo que se merece, que es un buen fajo. Ecclestone es el único y auténtico heredero de Andy Warhol, y no sólo en el mimetismo de su melenilla canosa, sino, sobre todo, en el hecho de que ha llevado a la práctica su filosofía: El negocio del arte es el arte de hacer negocios. Tito Bernie es un escultor de masas, un megapoeta irracionalista, un sacerdote plástico del siglo XXII: sí del 22.

Por eso, raptado por su inspiración iconoclasta, a veces se le van la mano y la boca, pero ¿a qué genio no se le van? A veces, disculpa la deriva de Adolf, el camarada Hitler, o declara que Sadam no fue el buen dictador que necesitaba el mundo árabe. Cosas de Bernie. Ahora, para que el mundo de la F1 no caiga en la holgazanería, ha propuesto mojar el asfalto, y hacer así las carreras más emocionantes.

Se trata, me parece, de una verdad incuestionable. Le apunto al tío Bernie una sugerencia: ¿por qué no les atan, además, a los pilotos una mano a la espalda? Que no pare la música, tío Bernie. All that's jazz.

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