Uno se explica la congoja que angustia a los dirigentes territoriales del PSOE a propósito de la absurda adivinanza que les sigue proponiendo su secretario general sobre el momento en que anunciará a la ciudad y al mundo su decisión de no presentarse a un tercer mandato. Sobre el hecho mismo de la retirada sólo parece albergar alguna duda un Jordi Sevilla definitivamente despistado desde su alejamiento del poder. Uno, digo, se la explica, pero no termina de entenderla bien. Porque ¿existe tanta diferencia entre que se sepa antes o después de las elecciones del 22 de mayo?
La opinión dominante, en especial entre los agobiados candidatos socialistas, da por sentado que alejando al presidente Zapatero de las candilejas de la escena política, y por tanto del corto plazo electoral, salta por los aires una de las principales estrategias del PP para las municipales y autonómicas: la de convertir esos comicios en un plebiscito sobre la gestión de Zapatero. Puede que eso sea cierto. Pero, ¿necesitan los electores que el PP se lo proponga?
Como argumenté hace unas semanas, es inevitable que toda elección de carácter nacional incluya un pronunciamiento sobre la política del Gobierno, con independencia de si su presidente piensa continuar o no. Pero es que en esta ocasión se trata, además, de la primera vez en que los ciudadanos se manifestarán en las urnas desde que se inició lo peor de la crisis. Y sospecho que muchos electores hastiados no querrán ahorrar al presidente que negó a la crisis, y frivolizó luego con sus remedios, el desahogo de brindarle una sonora despedida antes de que tome las de Villadiego.
Castigo, por personas interpuestas, pensarán algunos. No tanto. Esos mismos barones que ahora huyen de su sombra, le han estado haciendo la ola a Zapatero durante todo este tiempo. El plebiscito va también sobre ellos.
