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Toros no aptos para diabéticos

Manzanares cortó una oreja y perdió la puerta grande por la espada

Toros no aptos para diabéticos míkel ponce

ANDRÉS AMORÓS

En cuatro de los seis toros de hoy (todos, salvo el cuarto y el sexto), los cronistas clásicos hubieran dicho que salieron bombones de Núñez del Cuvillo y que los diestros se los merendaron, disfrutando con su dulzura; cada uno, naturalmente, con su estilo. El público festero, por supuesto, encantado. Yo he echado de menos toros con más fuerza y agresividad, que transmitan más emoción. No es puritanismo: de hecho, en algún momento el público ha acabado aburriéndose. A veces, parecía que los diestros estaban toreando al carretón. Demasiada dulzura también empalaga. Los revisteros clásicos hubieran dicho que no era una corrida apta para diabéticos.

Con este tipo de reses, apenas hace falta dominio, casi no hay emoción: todo queda en estética. En ese terreno, la superioridad de Morante y Manzanares es evidente.

Sin hacer faenas completas ni cortar orejas, Morante de la Puebla ha desplegado su maravillosa torería. Su primero es suave, distraído, justo de fuerza pero embiste templado: las verónicas de salida son magníficas. Cuando ya han cambiado el tercio, nos deleita con un quite por chicuelinas. Comienza sentado en el estribo y consigue algunos muletazos fantásticos. Como el toro se para, manda él parar la música y concluye con ayudados a dos manos. Mata mal. En el recuerdo quedan detalles de torería no usuales: cómo sabe salir de la cara del toro, cómo le anda... ¿Quién hace hoy eso?

Recibe al cuarto con verónicas de una plasticidad extraordinaria. Como es más incierto, lo dobla, pero el toro se viene andando y se para. Morante lo machetea: es lo adecuado. Y vuelve a matar mal. Lógicamente, las dos cosas enfadan al público.

El primero de Manzanares es nobilísimo pero está en el límite de la fuerza. Destacan Chocolate y Trujillo. José María acompaña con la cintura, solemne, majestuoso. Pero necesita más toro: parece un entrenamiento. Una gran estocada pone en sus manos la oreja.

Las dos del quinto las tenía en el bolsillo si no se hubiera empeñado en matar recibiendo y al encuentro: él, tan seguro en el volapié... Manzanares despliega aquí toda su facilidad, su elegancia, su estética mediterránea: naturales completísimos, de pecho a cámara lenta. El público ruge. Aunque la espada le haga perder la salida en hombros, lo importante es que esta tarde se ha reencontrado del todo, después del largo paréntesis.

Junto a estos dos artistas, Daniel Luque sale muy acelerado. Al primero lo saluda con buenas verónicas, ganándole terreno. Se templa en los naturales pero hay tan poco toro que el público acaba aburriéndose.

En el sexto, manso, huido, vuelve a entregarse sin fruto. Faena voluntariosa, menos limpia, que alarga con circulares y arrimón final: no era su tarde.

En el IVAM he visto una preciosa exposición de esculturas de Degas. Artistas del toreo como Morante y Manzanares consiguen ser esculturas vivientes. A esa Tauromaquia cabe aplicar lo que escribía Degas, en 1886, a Rose Caron: «Toda esta belleza me acompañará a lo largo de mi vida».

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