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Columnas / UNA RAYA EN EL AGUA

Gasógeno

El Gobierno de la posmodernidad retrocede al pasado de autarquía: cualquier día reinventa el gasógeno

Día 02/03/2011

«Cuántas luces dejaste encendidas,/ yo no sé cómo voy a apagarlas»

José Alfredo Jiménez

PELIGRO: el Gobierno ha entrado en estado de ocurrencia y puede suceder cualquier cosa, desde que apague por decreto la luz hasta que racione la gasolina o establezca turnos para circular en coche. Los campeones del despilfarro, los dadivosos repartidores de regalías y cheques proteccionistas, han descubierto de pronto que no les queda un céntimo en caja y se han entregado a técnicas de microahorro doméstico propias de la escasez de posguerra. De momento, con la limitación de velocidad han retrocedido cuarenta años, a tiempos de Arias Navarro, y en esa pendiente de retorno al pasado pueden acabar resucitando la autarquía. Menos mal que era gente posmoderna, porque a este ritmo existe serio riesgo de que reinventen el gasógeno.

Cuesta creer que estos paladines de la estrechez que cada tarde revisan el termostato de la calefacción pertenezcan al mismo Gobierno que pasó dos años negando la crisis o vaticinándole un curso corto y leve. Si no se hubiesen pulido el superávit en salvas no tendrían que andar ahora rebuscando calderilla por los entresijos de los sofás y escatimando iluminación en las carreteras. Una vez que han aceptado a la fuerza la evidencia de la recesión no pasa día en que no encuentren un horizonte más espeso de penuria. Se han acostumbrado a la impopularidad y han asumido el papel de padres en aprietos que miran de reojo la hucha de los niños. Eso sí, en su fragorosa tormenta de ideas pedestres ni por asomo se les alcanza al caletre la posibilidad de dar ejemplo aparcando la flota oficial de audis de alta cilindrada o renunciando a los falcons y los mystèrespara acudir a mítines de fin de semana. Eso es el chocolate del loro, pero el loro del poder va siempre motorizado y la austeridad es cosa de la parte contratante de la segunda parte. O sea, de los otros.

Cualquiera de los recortes administrativos a que se viene negando el Gobierno ahorraría más que los apagones improvisados, los bolígrafos desparramados o esos diez kilómetros por hora de menos que van a convertir las autovías en un concurso de orugas. El problema no es que las sedes institucionales se queden encendidas hasta las nueve —otro descubrimiento de última hora para el que bastaba observar los ventanales— sino que se necesitan muchos edificios para albergar a todos los funcionarios y altos cargos que han hipertrofiado las administraciones. El crecimiento injustificado del sector público es insostenible en doble sentido: no se puede pagar y además provoca un consumo energético extra que debería sonrojar a los ecocombatientes del cambio climático. Como por ahí no quieren meter la tijera cada mañana se sacan del magín una nueva medida presuntamente luminosa; pero mientras más ocurrencias alumbran más a oscuras nos quedamos.

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