Hazte premium Hazte premium

El día más amargo de Esperanza

Aguirre mantuvo 15 días su agenda y su secreto. Una tomosíntesis 3D dio la voz de alarma. Solo compartió el diagnóstico con su familia y tres colaboradores

MAYTE ALCARAZ

Primera semana de febrero. Una paciente de 58 años se somete a una prueba diagnóstica denominada tomisíntesis 3D, realizada con un mamógrafo-escáner de máxima fiabilidad. Rápido, económico y con capacidad para ofrecer información muy completa, según los médicos. Desde hace unos años la paciente se ha tomado en serio lo de las revisiones ginecológicas. Atrás queda ese 2003 en el que la doble y agotadora campaña de las autonómicas (Madrid tuvo que repetir comicios tras la espantada de Tamayo y Sáez) impidió a Esperanza Aguirre Gil de Biedma (Madrid, 1952) pasar la revisión femenina tan temida pero tan necesaria: «Si perdemos las elecciones, lo bueno que hay que extraer —reveló esos días de incertidumbre política— es que podré, por fin, ir al ginecólogo». Ni perdió las elecciones ni olvidó pasar los controles todos los años. Y así hasta un frío lunes de febrero de 2011 que no olvidará. La «jefa», como la llaman sus colaboradores, espera el primer diagnóstico, el de descarte, que todos los radiólogos ofrecen a las pacientes al echar un primer vistazo a la mamografía. «Puede marcharse. Está todo bien», tranquilizan cuando el resultado lo autoriza. Pero en este caso las caras son algo más escépticas: las placas dibujan en uno de sus senos un carcinoma in situ de 1,8 centímetros de diámetro. La presidenta es informada inmediatamente. Llamadas a su marido y a sus hijos Fernando y Álvaro (el primero, a punto de hacerle abuela por segunda vez). Después vendría el siempre delicado momento de informar a su madre, doña Piedad, y a sus hermanos: «Los Aguirre Gil de Biedma somos una piña», presume la presidenta. De su equipo, con el que gusta trabajar a «pico y pala», la dirigente de la Comunidad elige solo a un puñado de personas para que compartan la noticia. Así, únicamente tres de sus más estrechos colaboradores participan de la confidencia e intentan animarla. ¿Cómo? No hay secreto: trabajando como si nada ocurriera. Tanto es así que durante los quince días que transcurren desde que recibe el diagnóstico hasta que lo comunica públicamente en la inauguración de una carretera en el municipio de Torres de la Alameda casi no se habla del asunto entre los íntimos. Y eso que durante esas semanas la presidenta tiene que tragar más de una vez la saliva de la preocupación. La procesión, aunque hace estragos, va por dentro. Un colaborador habla de «días muy difíciles, tremendos, aunque ella nunca se mostrara cabizbaja». Entretanto, hay que practicar otras pruebas. Por ejemplo, una resonancia magnética que hablará más a las claras del alcance de la lesión. Además, hace falta una biopsia del bulto para determinar el grado de malignidad. Los resultados no pueden ser más optimistas: el tumor es de grado 1 (el más agresivo está situado en el 4), incipiente y controlado. Todo hace indicar que, tras la operación que le practicarán los doctores José María Román y José Antonio Vidart, en el madrileño hospital Clínico, no hará falta quimioterapia. Pero es el análisis patológico ulterior el que tiene la última palabra: la radioterapia no está ni mucho menos descartada.

Antes de eso hay que diseñar la estrategia de comunicación. Y el tiempo apremia, pues los doctores no quieren, como en todos los casos de cáncer de mama, que la operación se demore. El mes más corto del año se acaba. El sábado 19 la presidenta no falta al acto de puesta de largo de Dolores de Cospedal, su gran amiga y antes consejera de Transportes, como candidata castellano-manchega. En el viaje comparte vagón de AVE con Gallardón y Cobo. No les dice ni palabra. Pero ya en Albacete, y quizá espoleada por la complicidad femenina, pone en alerta a la secretaria general del PP. Cospedal queda conmocionada.

Suspende el viaje a Londres

Y ahora llega el momento de la verdad. Aguirre es una señora con una enfermedad privada pero de trascendencia pública. La jefa del Gobierno madrileño tiene claro que ella y solo ella debe dar la cara y así transmitir un mensaje a los ciudadanos —y sobre todo a las ciudadanas— de normalidad. «Hay que desdramatizar esta enfermedad», sostiene. Pero todavía quiere arañar tiempo al tiempo e insiste en acudir el martes a impartir una conferencia a la London School of Economics, invitada por su amigo Paul Preston. Sin embargo, la noche del domingo en su equipo se encienden las luces de alarma: ya saben que alguien ha filtrado que la presidenta está enferma. Aguirre decide, muy a su pesar, suspender su viaje y elige el lunes para ponerse ante las cámaras. Antes avisa por teléfono a Mariano Rajoy y Alberto Ruiz-Gallardón. Quizá cierta cercanía familiar del alcalde a esta enfermedad favorece la confidencia... El martes todo está preparado para la intervención. Sus hermanos, siempre de buen humor, le cuentan chascarrillos en la habitación 36 y le aconsejan una escapada al campo. Así parece que hará esta semana. Pero antes disfrutará en su casa de Beatriz, su única nieta. Por ahora.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación