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Un ejército de «Mata Haris» de ojos rasgados

Lo advierten los servicios secretos ingleses y franceses: Pekín está reclutando a bellísimas espías para seducir a diplomáticos y empresarios con el fin de robarles información

PABLO M. DÍEZ

Que en la intimidad de la alcoba se revelan secretos inconfesables lo saben todos los espías, desde la legendaria Mata Hari hasta el casanova de ficción James Bond pasando por Anna Chapman, la guapísima agente rusa aficionada a promocionar sus encantos en Facebook. En el manual de todos los servicios de inteligencia del mundo, el sexo figura como una letal arma de destrucción masiva capaz de arrancar secretos de Estado y doblegar la voluntad del enemigo. Por amor, o por lujuria, a la madre patria la venden traidores como Lo Hsien-che. Para desgracia de su nombre y deshonra de su rango, este general perdido por las faldas acaba de protagonizar el mayor caso de espionaje descubierto en Taiwán desde su separación de China tras la guerra civil (1945-49).

A sus 51 años, fue detenido a finales de enero por, supuestamente, pasarle información sensible al régimen de Pekín, que reclama la soberanía sobre esta isla independiente «de facto», pero sólo reconocida por una veintena de estados. Con grandes y escandalosos titulares, los medios taiwaneses han informado con profusión sobre el caso, desvelando numerosos detalles personales sobre el general Lo.

Confidencias entre sábanas

El militar, que dirigía el departamento de información electrónica y telecomunicaciones del Ejército, fue captado por una «mujer china de 30 años, alta, bella y elegante» mientras estaba destinado en Tailandia, entre 2002 y 2005. Haciéndose pasar por una empresaria con pasaporte australiano, la agente de Pekín le echó las redes y lo ganó para la causa con sus tácticas amatorias y un buen fajo de billetes. En 2004, el general Lo empezó a venderle información confidencial por entre 100.000 y 200.000 dólares. Cuando regresó a Taiwán, siguió en contacto con la espía china y volvió a encontrarse con ella en Estados Unidos para hacerle más confidencias entre las sábanas. En total, el traidor pudo haber recibido más de un millón de dólares por sus servicios.

«El espionaje a ambos lados del Estrecho de Formosa nunca ha cesado, aunque las relaciones entre las dos orillas han mejorado mucho con el tiempo», ha señalado al diario Global Times, órgano en inglés del Partido Comunista, el subdirector del Centro de Investigación sobre Taiwán en la Universidad china de Xiamen, Li Fei. Y es que en la última década se han detectado en la isla 16 tramas de espías que operaban para el continente, pero ninguna a tan alto nivel como la protagonizada por Lo Hsien-che.

Sus superiores todavía no se explican cómo es posible que un hombre tan anodino y cerebral como el general, cuyos únicos vicios conocidos eran los libros de salud y gimnasia, se haya jugado su carrera de forma tan irracional. De familia militar, el general estaba tan satisfecho en su destino que se hacía llamar «Tai Lo», pero acabó echándolo todo por la borda por una «femme fatale». Todo ello sin contar el daño que ha hecho a las relaciones entre el Gobierno de Taipei y sus aliados de la Casa Blanca, sus habituales suministradores de armamento y tecnología para defenderse de una hipotética invasión.

No es la primera vez que estas «Mata Haris» de ojos rasgados irrumpen en las redes de espionaje global. A principios de febrero, los servicios de Inteligencia franceses alertaron de que el régimen chino estaba reclutando a bellísimas agentes femeninas para engatusar a hombres de negocios y robarles sus secretos empresariales. Por las buenas, después de un apasionado revolcón, o por las malas, recurriendo a las amenazas y al chantaje si están casados.

Alarma en el Elíseo

Es el caso de un prestigioso investigador de un laboratorio farmacéutico galo que conoció a una joven china y acabó acostándose con ella. «Cuando al día siguiente le enseñaron el vídeo grabado en la habitación del hotel, se mostró dispuesto a colaborar», según explicaron a los medios de comunicación los responsables de inteligencia.

La alarma saltó en pleno escándalo por la investigación a tres ejecutivos de Renault, acusados de filtrar a una compañía china los secretos de su nuevo coche eléctrico, desarrollado junto a la marca japonesa Nissan. Como el Palacio del Elíseo tiene una participación del 15 por ciento en Renault, este caso de espionaje industrial ha vuelto a levantar ampollas entre París y el régimen de Pekín, que no duda en recurrir al Ejército de Liberación Popular y a sus fuerzas de seguridad para «mejorar» la competitividad de sus multinacionales estatales. «El presidente Sarkozy ha ordenado una investigación para aclarar la pista china», acusó abiertamente en un comunicado el Ejecutivo galo. Desde entonces, en el punto de mira de la Dirección Central de Inteligencia Interior (DCRI) están los 30.000 estudiantes chinos residentes en Francia, muchos de los cuales realizan prácticas en las empresas de este país. Extrapolando la experiencia de Monica Lewinsky en el Despacho Oval, no es difícil imaginarse lo que una becaria joven, ambiciosa, sin escrúpulos y al servicio de su patria puede sonsacarle a un alto directivo entrado en años y probablemente aburrido de su vida conyugal.

Pero las advertencias galas llueven sobre mojado. El año pasado, se filtró un documento del MI5 británico titulado «La amenaza del espionaje chino». En sus 14 páginas, los responsables de la seguridad interna del Reino Unido apuntaban al régimen de Pekín como «una de las mayores amenazas de espionaje». No sólo por la sofisticación de los «ciberataques» perpetrados por sus «hackers», piratas informáticos capaces de bloquear con sus ordenadores los suministros de electricidad y agua, sino también por la bajeza de sus métodos.

«Los servicios de inteligencia chinos son conocidos por explotar puntos vulnerables como las relaciones sexuales y las actividades ilegales para presionar a los individuos con el fin de que cooperen con ellos», avisaban los colegas de 007. «Las habitaciones de los hoteles donde con frecuencia se hospedan los extranjeros en las grandes ciudades chinas, como Pekín y Shanghái, pueden tener micrófonos y cámaras ocultas, y son registradas cuando sus ocupantes se encuentran fuera», rezaba el informe, que fue enviado confidencialmente a varios cientos de altos ejecutivos de firmas británicas radicadas en China.

Desde 2007, a estos hombres de negocios se les venía advirtiendo expresamente que extremaran las precauciones en sus viajes de trabajo a China. Los consejos se resumían en evitar situaciones de riesgo que pudieran dejarlos a merced de los espías chinos, como ser cazados con una prostituta, y rechazar los acercamientos, piropos y regalos ofrecidos por atractivas mujeres jóvenes en ferias empresariales y convenciones. Algunos de estos obsequios, como cámaras y memorias «pen drive» para los ordenadores, podían «contener virus troyanos u otro tipo de mecanismos de espionaje», publicó en su día el diario The Sunday Times.

Se quedó con su Blackberry

Como muy bien ha demostrado la cascada de filtraciones de Wikileaks, en este mundo globalizado la información vale millones y circula por los canales más insospechados, desde internet hasta mensajes de texto en los móviles de última generación. Durante una visita oficial del ex primer ministro británico Gordon Brown a China en 2008, uno de sus ayudantes «perdió» su Blackberry después de haber ligado con una joven en una discoteca de Shanghái. Casualidad o no, la estrategia de las «Mata Haris» orientales se basa en estudiar los puntos débiles del enemigo, que en el caso de los hombres deja poco lugar a dudas.

Su táctica se aplica tanto para descubrir secretos de Estado como en el espionaje industrial. Especialmente por parte de las empleadas chinas de muchas multinacionales británicas, que se muestran demasiado cariñosas y aduladoras con sus jefes o sencillamente se convierten en sus amantes. «Una agente infiltrada puede tratar de fomentar una amistad o una relación de negocios, recurriendo con frecuencia a la cordialidad y la lisonjería», recordaba el dossier del MI5.

Las novelas y las películas están plagadas de hermosas espías, como la «topo» comunista que encarnaba Tang Wei en «Deseo, peligro» y se enamoraba tras un tórrido romance del colaboracionista con los japoneses que debía vigilar. Pero las agentes dobles también abundan en las hemerotecas, como demuestran el juicio contra la ingeniera Lili Huang por espionaje industrial en Francia y el proceso en EE.UU. contra Katrina Leung.

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