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LIBROS

Las «Notas de un viaje a Oriente» de Julián Marías

Túnez, Egipto, Israel, Turquía, Grecia e Italia son algunos de los destinos que Julián Marías glosa en los diarios y cartas de «Notas de un viaje a Oriente», que publica Páginas de Espuma. Reproducimos fragmentos de este retrato del filósofo en ciernes

JULIÁN MARÍAS

Fragmentos del diario de Julián Marías:

Agua de Malta a Egipto. Agua larga y azul, que la proa rompe casi tres días. Días de viaje, de cambio de lugar en el mar uniforme. Viaje espacial, no ya sólo en el tiempo , con el tránsito nocturno, inadvertido, de un puerto a otro.

Egipto tarda, como si se hiciera esperar para hacer más grande nuestra codicia de su llanura y de su río. Parece que quiere así darnos a entender su lejanía, su otra lejanía invencible, que no se recorre, de nuestro tiempo nuevo a la hondura del suyo. Toda la distancia que hay entre nuestra carne viva y caliente y el polvo reseco de sus momias. Sólo el mar, viejo y joven a un tiempo, que con un ardor mozo sacude sus espumas canosas, tiende un puente de Egipto a nosotros.

Hay en el barco un impulso hacia adelante. No se espera pasivamente la llegada, sino que se la anticipa con ansia. La tierra egipcia ha venido a nosotros, hecha preocupación. Se siente cerca algo apartado y distinto, y hay un esfuerzo tenso por apresarlo en conceptos, antes que llegue y nos hiera con su extrañeza.

[…]

Cerca del verde, cerca del agua, amarillea el desierto. Arena indecisa que resbala bajo el pie y hace andar vacilante. Límites borrosos en el horizonte, entre el amarillo lejano y el azul blanquecino del extremo cielo.

[…]

Las cosas que quedan del antiguo Imperio menfita se han agrupado, muy juntas, en una casa blanca y grande, llena de sol. El Museo de El Cairo guarda lo que han dejado los viejos egipcios: la piedra, el metal o la madera, animados por sus manos y su espíritu.

Al entrar, apenas se tiende en derredor esa mirada indecisa del que busca orientarse, se escuchan en lo hondo unos fuertes chasquidos internos, que anuncian fractura. Ideas ya viejas, viejas de siempre, amasadas aquí y allá, en libros y láminas, se rompen al contacto brusco del arte egipcio, y quedan abajo, hechas un vencido montón de polvo, a los pies de la primera estatua o del primer relieve. Se ha hablado mucho de la muerte egipcia. Se ha visto siempre al nilótico inclinado atentamente sobre sus muertos, anticipando la muerte con su previsión tranquila, preparándola todos los días, el gesto en calma. Y en su arte, quieto como las aguas buenas de su río, se ha creído ver esa muerte, una falta de vida cristalizada en plástica. Ha parecido el arte egipcio algo inmóvil y privado de alma: piedra o leño con forma, pero vacíos de aliento.

Y hay que pensar en que la muerte no se da más que frente a una vida, y la supone siempre. No se puede decir que una piedra está muerta. Y cuanto más sea la muerte, más grave y más preocupación, será más grande también y más intensa la vida; por eso será tan duro y tan difícil perderla. Sólo quien tiene poca vida se preocupa poco de ella –es decir, de la muerte– y descuida la tarea de sobrevivir.

Egipto estaba vivo, y por eso, para seguir estándolo, guardaba sus momias , pardas y secas, serias y mudas, pero que escondían en su quietud una esperanza de vitalidad. Pero Egipto, eso sí, fue quieto y manso como su tierra llana. Y midió la vida por años y no por obras. No vio la eternidad, no comprendió el llegar a salirse del tiempo en una pura actividad exaltada, y quedó apegado a sus tardas medidas solares, anclado en la mera duración, contando la vida por los pasos cósmicos de su dios incendiado.

El arte egipcio tiene, por eso, vida, y sus figuras dulces no muestran ese rígido hieratismo helado, como suele pensarse. Sus colores sencillos dan un aire familiar y apacible a la piedra o a la madera tallada. Y los cuernos finos de la vaca Hator, ya desdivinizados, tienen un aire aldeano y agrícola. Los tronos, los carros, las joyas sorprendentes del espléndido tesoro de Tutankamón están ahí, nuevos y limpios, con deseos de servir en sus lejanos menesteres vitales.

Pero toda la vida egipcia –y con ella su arte– anduvo apegada a la tierra y al trigo. Y todo es de una tranquila humanidad sensata.

[…]

Parece la Acrópolis , bañada de luz, una amonestación callada sobre la ciudad. Es un ejemplo de superior exquisitez, que debería hacer imposible toda chabacanería ateniense. Bastaría, parece, una furtiva mirada a la Acrópolis para sentir el rubor de lo que no fuera recto y «decente», de toda inferioridad. La vista del dórico Partenón o de las cariátides del Erecteion haría tomar inmediatamente la postura digna y conveniente al hombre.

Y llego a la altura de la colina, vencida la cuesta, con un dolor de garganta que me obliga al silencio, exigido por otra parte ante las piedras milenarias. Delante de los ojos el Partenón , perfecto y dorado. Las piedras parecen muy viejas y llenas de un valor por sí solas. Cerca, el templo de la Victoria sin alas y el Erecteion. Abajo, las ruinas gallardas del Odeón de Herodes Ático y Atenas, confusa y un poco oscura, quieta y sin ruidos.

Me quedo mirando, callado y muy solo, entre la gente. La Acrópolis se llena a mis ojos de punzantes interrogaciones, que se yerguen sobre cada piedra, poniendo una dificultad en la tibieza de su cálido tono de miel dorada. No consigo apresar el sentido último de la Acrópolis. Y no es, entiéndase bien, que me parezca advertir su ausencia, sino, por el contrario, que lo siento confusamente y no logro ponérmelo claro. Me encuentro –como caso ejemplar del trato con lo griego– atraído poderosamente por un interés difícil de formular y de hacer patente y explícito. Y ese interés no puede tener otro origen que una honda comunidad vital, que permanece escondida y turbia para nosotros mismos. Ante lo extraño se puede sentir curiosidad, pero no interés apasionante. Las cosas nos afectan en la medida en que tienen un ser común con nosotros, y lo que nos llega a lo profundo es porque tiene una radical afinidad con nuestro espíritu. Por eso, al trabajar afanosamente nuestra atención frente a lo griego, estamos buceando en las propias honduras.

[…]

Es curioso en los viajes este momento del irse. Unas veces se sale de una ciudad gozosa y ligeramente; otras veces duele, y se aleja uno despacio y vacilando. En esto, como en todo, hay una primordial cuestión de interés. Cuando fuera hay algo que nos atrae más poderosamente, salimos ligeros y veloces hacia ello; cuando, por el contrario, nada tira de nosotros hacia sí y tenemos el interés firmemente hincado donde estamos, entonces la partida es penosa y violenta, pues tenemos que vencer la fuerza de atracción que nos sujeta. Y esto es lo que pasa en Atenas , que es el centro de gravedad del viaje. Para mí, desde ahora, todo será volver.

[…]

Pompeya aparece defendida por un feroz aparato turístico de hoteles y guías, que se me antoja más dañino que el volcán. Esta entrada falsa en el recinto pompeyano ha de robar gran parte de su interés al paseo anacrónico por sus calles latinas del siglo I.

Pompeya conserva en su estado la extrañeza de su suerte. Es algo que no son ruinas, porque el ser ruinoso supone la acción del tiempo, y Pompeya lo ha cortado. Más bien se podría asemejar a un fósil, prisionero en la tierra, que deja una huella y queda como un punto en la Historia, sin extenderse temporalmente en un desarrollo vital. La muerte de Pompeya es un caso extremo, que se ofrece a la meditación. Es la muerte pasiva, el «ser muerto» y no el «morirse» a sí mismo. Pompeya no ha llegado por sus pasos a la muerte, sino que esta le ha bajado, ajena y silenciosa, desde el volcán.

Cartas que Julián Marías escribió durante el viaje:

En un bar de La Valette nos tocaron Al soldado de Castilla … y el pasodoble torero de Carmen . Oído desde estas tierras, sienta bien todo eso. Por cierto, la gente nos mira con simpatía al saber que somos españoles.

[…]

Lo que hacemos es dormir muy poco ; todo el mundo se acuesta tarde y se levanta temprano, pero no se siente sueño ni cansancio, y eso que las jornadas en tierra son activas.

[…]

En fotografía me estoy gastando un sentido. En El Cairo revelé 4 paquetes –48 fotos– y me salieron bien 44. Un éxito; me estoy haciendo fama de fotógrafo.

[…]

En lo que va de viaje ya me he entendido más o menos en español, francés, alemán, inglés (!), italiano (!!) y (que Dios me perdone) griego (!!!!!!). En griego dije que cruzábamos el Mediterráneo y me dijeron que si a nado: horrible.

[…]

Aquí en Oriente hay un lío de lenguas, razas, religiones y monedas, de primera. Vamos a volver hablando en negro y queriendo pagar un tranvía en piastras o dracmas.

[…]

De judíos estamos ya empollados; hemos hecho trato con más sefarditas que pelos hay en la cabeza de cualquiera de ellos. En todos estos sitios hay una cantidad enorme; en Rodas hay un barrio judío estupendo, que parece entre andaluz y toledano. Toda la gente nos saludaba en español, muy fina.

[…]

En el barco tenemos desde antes de llegar a Esmirna polizontes y otros caraguardias turcos, a quienes tenemos un poco sentados en el estómago. Es la nación que pone más dificultades para todo. Antes de llegar a Esmirna nos dispararon un cañonazo (sin bala) y nos mandaron parar inmediatamente . Así 2 horas y media, sin decir por qué. Hubiera sido muy bonito un cañoneo.

[…]

Dame, papá, más explicaciones de tu conversación con Zubiri , y dime a qué te refieres con eso de la tranquilidad, porque no comprendo nada. Habrás visto que es un grande, en toda la extensión de la palabra.

[…]

Tenemos frecuentes conferencias, antes de llegar a cada sitio. Algunas están bien; otras, de arqueología, y cosas de esas, Pucherología pura, como yo lo llamo, son tostonicias, con datitos y fechitas y mosaiquitos y cacharritos. La mejor la dio el día 11 Morente, sobre la influencia de la Filosofía en la cultura griega, y en la de todo el mundo. Tuvo un éxito y se llevó ovaciones de verdad. Esa conferencia se la pedí yo hace tiempo, y para cuando llegáramos a Grecia. Le dije que no sólo de pan vive el hombre, ni de pucheros tampoco. Donde se mete la Filosofía, las cosas adquieren un valor verdadero, como le decía yo hace un rato a Soledad Ortega.

Por cierto, que durante este viaje se me han ocurrido una serie de cosas sobre la Filosofía, muy interesantes –para mí– de las que ya hablaré con Zubiri y hasta con vosotros, si se tercia.

[…]

El dinero se me ha acabado, como era de esperar. El Sr. Soria me ha prestado, como ya os dije que pensaba, 50 ptas., que estiraré lo que pueda. De todos modos, no os preocupéis de eso, ni de nada.

El Decano me pidió el principio del diario, para ver si le gustaba. Me dijo que le parecía muy bien, y que le preparara alguna cantidad de original para mandarla a El Sol .

[…]

A las recepciones no asisto porque me tengo que cuidar un poco el hígado y son cosas que me hacen mucha bilis . Todavía cuando se trata de algo universitario, que por lo general se reduce a hablar y tomar helados y pastas, suelo ir. Cuando tiene ya carácter de fiesta –como la que se está celebrando ahora, dada por el cónsul– huyo como del diablo. ¿Qué queréis? España y yo somos así, señora.

Valle Inclán ha venido de Roma a vernos. Lo acabo de ver un momento; supongo que esta noche vendrá a cenar y hablará algo.

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