EL PÁJARO DE RUBALCABA

Nadie puede gobernar sin entusiasmo y sin patriotismo, exclamó el general Marchand antes de rendir Grenoble a los pies de Napoleón. A Rubalcaba se le atribuye poco de lo segundo y empieza a sufrir escasez de lo primero. «Los pájaros de Hitchcock se le aparecen cada noche convertidos en faisanes», mensajeaba un oyente de Protagonistas. Los cuervos de sir Alfred y el faisán de don Alfredo en la misma pesadilla.

«Malo cuando el gran comunicador del Gobierno tiene que escapar por el garaje para no toparse con los periodistas», dejó dicho Expósito en la Onda. El acerado Tomás Cuesta, en esRadio: «La próxima vez huirá por las alcantarillas, que las conoce mejor». Y remataba Félix Madero: «Cuanto más alto vuela el faisán, mas se le cierra el círculo a Rubalcaba»

La historia a veces avanza por los caminos del error. Y del horror, que diría Maupassant. En el caso Faisán, ambos coinciden. «Ese pajarraco incómodo puede acabar con su futuro», ha dejado dicho el gran Herrera y Carrascal, por su parte en Punto Radio: «Quizás Zapatero le elevó a la categoría de vicepresidente para que reciba todas las bofetadas».

Entonces reaparece Bono, con esa cara estúpida y abundante: «Juro como católico cristiano…», le diría sigilosamente a Zapatero en honor al Andresillo del Quijote antes de arrojar más faisán putrefacto sobre la cabeza de Rubalcaba, cuya figura se encoge, crispada y eléctrica como una descarga de Iggy Pop. Perdió el patriotismo en las vergonzantes vísperas del 11-M. Luego, el entusiasmo. Y ahora, con el Faisán, Rubalcaba está a punto de perder hasta la presunción de inocencia. Quizás se consuele con Las 1001 y una noches: «La decrepitud del águila siempre es mejor que la primavera del cuervo». Pero el faisán es indigesto.