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«Pan negro» para el cine español

La Academia, lo recordaba Cortés, no es una señora con gafas y gustos fijos. Dentro cabe hasta el perro Pancho

ABC

FEDERICO MARÍN BELLÓN

El cine español se discute en los bares, en las oficinas y en los comentarios de las versiones digitales de los diarios. Celebra su fiesta y la retransmisión de TVE se convierte en un acontecimiento, en la ceremonia del morbo, con ministras de morros y el presidente de la Academia más tenso que el protagonista de «Enterrado». Sin despeinarse, nuestra cinematografía colocó varios términos durante horas entre los trending topics (los temas de moda) de Twitter, red social que no inventó Álex de la Iglesia, aunque en algún momento llegara a parecerlo.

En medio de tanto alboroto, de los debates crispados sin conclusión posible, una película en catalán de un director maldito se convirtó en la indiscutible triunfadora de la noche. Nueve premios, la mayoría de ellos merecidos —queda el eterno debate de los niños— auparon la cinta de Agustí Villaronga a unos altares que si sirven de algo, aparte de la satisfacción personal, es para que el público no avisado (y esta vez los avisados no llegaban a 200.00) descubra que se está perdiendo algo y se decida a pasar por taquilla.

Porque hasta ahora, el millón de euros que ha recaudado «Pan negro» apenas cubre la cuarta parte de su presupuesto, argumento para otro debate irresoluble. Si los Goya cumplen su cometido, el empujón mitigará en lo posible el desfase, del que solo se salva «Enterrado», la única película de las cuatro que ya ha cubierto su presupuesto sin contar siquiera el dinero de fuera. ¿Tenía sentido, más allá de lo obvio, premiar la obra de Rodrigo Cortés? Desde el punto de vista económico, en general el único que cuenta, no. Porque los Goya, como todos los premios, pero estos más, no son más que la forma de justificar ciertas cosas y de forzar que ocurran otras.

La Academia, lo recordaba el propio Cortés hace unos días, no es una señora con gafas y gustos fijos que aprieta el botón que le dictan sus ideas y vota una película por unos motivos concretos. La Academia es Álex de la Iglesia, con sus propias contradicciones y luchas quijotescas, blanco y tenso pese a los achuchones conciliadores de la ministra («más relajada y enigmática», como acertó a definir Buenafuente). La Academia también es Assumpta Serna con un cartel que pone «Viva Wikileaks». Es Icíar Bollaín, buena directora que no parece dispuesta a tomar el relevo. Es Javier Bardem y su colección de cabezones, en la estantería y en la familia. La Academia son hasta el perro Pancho y Andreu Buenafuente, aún más amarrado que el afortunado chucho, con unas correas que no dejaron salir todo su talento. (Algunos se acordaban de Ricky Gervais en los Globos de Oro y les entraban los siete sudores). La Academia son cientos de profesionales y, si le dejan, hasta el imbécil de la barretina.

Con tanta gente ahí metida, ¿cómo hacer justicia, aunque fuera poética, entre dos títulos tan hermosos como «También la lluvia» y «Balada triste de trompeta»? Descartado «Enterrado», el domingo solo quedaba repartir «Pan negro».

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