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Castores

La nueva marca de Batasuna no es la heredera de ETA.Es la propia ETA resignada a un desarme táctico

Día 13/02/2011

ERA creencia muy extendida en otro tiempo que los castores se emasculaban a dentellada limpia para escapar de los cazadores, a los que cedían graciosamente sus criadillas, órganos muy solicitados por la medicina tradicional. La actual operación de maquillaje de la antigua Batasuna recuerda este comportamiento instintivo que la fantasía popular atribuía a los pobres bichos.

La imaginación del vulgo quería que a los castores castrados les crecieran nuevos atributos, como colas a las lagartijas rabonas. No es probable que algo similar le vaya a ocurrir de inmediato a Sortu, la Batasuna maquillada, porque una organización terrorista como ETA no se monta con facilidad desde un partido legal (ETA nació, por si hiciera falta recordarlo, bajo una dictadura), y esto argumentan quienes dicen fiarse de la sinceridad de la izquierda abertzale. Pero la cuestión fundamental es otra. Aun estableciendo un límite entre política democrática y violencia política, la izquierda abertzale representa la continuidad del proyecto de ETA en la medida en que elude un proceso interno de depuración ideológica. Mientras persista en su condición de izquierda abertzale, Sortuno será otra cosa que el brazo político de ETA, obligado por las circunstancias a transigir con un desarme puramente táctico. El castor deprimido a la espera de un trasplante

El problema está ahí, y no lo soluciona una ruptura formal con ETA ni un rechazo retórico de la violencia. ¿Era acaso posible un nazismo inofensivo? Cuando Hannah Arendt regresó a Alemania, concluida la Segunda Guerra Mundial, comprobó que muchos alemanes seguían pensando como nazis aun condenando los recientes crímenes de Hitler. Fue preciso un profundo proceso de desnazificación para que la sociedad alemana se reintegrara a la democracia. Antiguos nazis, fascistas y comunistas devinieron demócratas con más o menos convicción u oportunismo en muchos países europeos, cuyas actuales democracias se formaron tanto con ese material como con los antiguos resistentes. Podrá gustarnos o no, pero es lo que hay, con independencia de que nos caiga o no simpático el pasado del vecino. Ahora bien, una democracia se suicidaría concediendo estatuto de legalidad a partidos cuya ideología criminógena hubiera probado de sobra su potencial mortífero en el pasado más próximo. Tal es, precisamente, el caso de la izquierda abertzale, aunque muchos no quieran enterarse. Incluso la condena explícita a ETA resultaría un gesto hueco sin una renuncia no menos clara al nacionalismo totalitario.

Pero no le veo arreglo. Estoy seguro de que la nueva Batasuna será legalizada en plazo breve y de que relanzará la política frentista de Estella, a la que acabará cediendo, tarde o temprano, un PNV que preferirá siempre una coalición con la izquierda abertzale antes que con el PSE (del PP, ni hablemos). Imagino sin esfuerzo un futuro gobierno vasco homogéneamente nacionalista que utilizará a la ETA residual como moneda de cambio en la negociación de sus demandas soberanistas. El nacionalismo vasco de cualquier color se las ha ingeniado siempre para convertir sus derrotas en victorias, y con el actual gobierno lo tiene bastante fácil. No desaprovechará la ocasión.

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