El Barcelona de Di Stéfano

En la ceremonia laica de El gol nuestro de cada día (antología poética dedicada al fútbol ya citada en estas páginas, preparada por Francisco J Uriz), el Barcelona oficia de sumo sacerdote. Messi es el icono de un Barcelona arrollador, será por los goles, pero las cifras rompen todas las estadísticas, los récords y la biblia en verso. Ante eso, el Madrid, y en el Madrid, los vaivenes son los habituales de quien sufre al sentirse el segundo. El lector recordará la excelente película de Milos Forman, Amadeus, en la que un sólido, serio, culto y exquisito Salieri no entiende, y se desespera ante el arte ligero, implacable, dúctil e irrepetible, ante la genialidad de un joven Mozart. Sí, Salieri hoy es el Madrid y Mozart es el Barcelona de Messi. Al Madrid le ocurre lo que hace ahora medio siglo al Barcelona ante aquél Madrid de Di Stéfano. El que puso el listón en los quince partidos seguidos ganados fuera, como estos días acaban de igualar los culés. En la temporada 60-61 el Barcelona disponía de un equipo excelente, formidables jugadores que no podían con el Madrid. Tras cincuenta años, el caso se ha vuelto del revés para los madridistas. Y lo llevamos como podemos. Messi no es Di Stéfano, son modelos distintos. Si vale el juego, Di Stéfano no dependía de Xavi, sino que los demás dependían de Di Stéfano, pero Messi es la metáfora futbolística de un equipo que parece que en vez de tocar el balón, lo mece, lo duerme y lo cuela, con una facilidad escalofriante en la portería contraria. Al Madrid le ha tocado el Barcelona de Di Stéfano y esto son palabras mayores. Poca Liga queda, salvo que el Barça se desinfle; queda, como en la canción de Aute, la música. La música de la Copa y de la Champions. Y para ello, el Madrid debe olvidar las sangrías internas, encomendarse a la calidad de su futbolistas y jugársela a dos partidos. Es lo que tiene la gloria de los héroes, que antes de la hazaña nadie daba un duro por ellos.