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Pepe vuelve a Alemania

Jóvenes cualificados responden a la llamada de Merkel

JAIME GARCÍA

MARÍA J. ORTIZ / FERNANDO ROJO

Francisco. 71 años. Marchó a Alemania en 1964, se casó, tuvo dos hijos y allí se ha jubilado. Carlos. 27 años. Licenciado en Administración y Gestión de Empresas. Lleva diez meses en el paro. Acaba de solicitar en la Embajada germana uno de los empleos que ofrecerá Angela Merkel. Si todo va bien, Carlos pronto marchará a Alemania. A seguir los pasos de Francisco. Ayer y hoy de la emigración española, guardada en el cajón del olvido durante tantos años y rescatada ahora que España bate cada trimestre todas las plusmarcas mundiales de desempleo.

«En España la situación está fatal. Después de hacer prácticas en un banco, el único trabajo que he tenido ha sido de teleoperador. Pero todos mis amigos están igual. Son muy pocos los que tienen un empleo fijo y bien remunerado; la mayoría, o son mileuristas o están en paro», narra Carlos Blasco, quien ve como una oportunidad la oferta que este jueves realizará en Madrid la canciller alemana para que jóvenes españoles cubran parte de los 800.000 empleos cualificados que necesita la economía germana para seguir creciendo.

Carlos no es el único interesado. Desde que se supo la noticia, son multitud los jóvenes españoles que se han dirigido a la Embajada alemana y al Ministerio de Trabajo. Este nuevo furor por Alemania está colapsando de correos incluso el Centro Español de la Tercera Edad en Berlín. Francisco Expósito, su presidente, considera que «si la mejor gente se marcha, España está perdida». En la misma línea, Victoria Cristóbal, directora de la Agencia Madrileña de Emigración, cree que «va a ser difícil recuperar a los jóvenes que se van. Es un drama que la generación mejor formada de la historia tenga que irse a Alemania para encontrar trabajo».

Esta «fuga de cerebros» lleva produciéndose desde que se agudizó la crisis

Esta «fuga de cerebros» lleva produciéndose desde que se agudizó la crisis. De hecho, el número de demandantes de empleo para trabajar fuera de España se ha duplicado en los dos últimos años. Ya son 1.400.000 los españoles mayores de edad que residen en el extranjero. Aún lejos de la diáspora que se produjo en los años sesenta, cuando más de un millón de españoles emigraron de golpe al centro y el norte de Europa.

«Nos discriminaban»

Ángel Llorente formó parte de una de las primeras remesas. Se fue a Alemania en 1960. Y fue diciendo a sus amigos y familiares aquello que José Sacristán le aconsejaba a Alfredo Landa en la película de Pedro Lazaga: «Vente a Alemania, Pepe». Al final, ya se sabe, Pepe regresó a España. Como la mayoría de aquella época. Como terminó volviendo Ángel después de pasar 15 años en tierras germanas. Lo hizo muy a su pesar: «Me marché para poder comprarme una moto y me terminé casando allí con una española. Mi mujer y yo éramos felices en Alemania. Las condiciones de vida no eran tan malas como luego se ha dicho. Íbamos con contrato y no es cierto que nos pagaran menos que a los alemanes. A pesar de todo, decidimos volver para criar aquí a nuestra hija». No consiguió integrarse.

Como tampoco la logró Antonio Díez, que se marchó a Alemania en 1963 y regresó en 1979. «Me hubiera quedado —asegura— si no hubiera sido por mi mujer. Manejaba bien el alemán y nunca tuve quejas laborales. Sí tuve alguna de tipo social, porque los alemanes nos discriminaban. No hay ningún alemán que no piense que somos diferentes, que somos extranjeros». A los españoles de aquella época les llamaban con desprecio «gastarbeiter» («trabajador invitado»). Una etiqueta que se unía a la barrera del idioma y a la sensación de destierro. Todos esos sacrificios se daban por buenos con tal de conseguir ahorrar un dinero con el que volver a España. «Se trabajaba mucho, pero también se ganaba mucho», recuerda Jesús, quien trabajó entre 1965 y 1974 en diversas fábricas alemanas. Cobraba 1.400 marcos al mes, una cifra que cuadruplicaba a la nómina de un trabajador de su nivel en la España de la época. «Aquella emigración no es la de hoy», apunta a sus 71 años Francisco Expósito. «Los que vayan serán mucho mejor recibidos; ahora se dan oportunidades que a nosotros no nos dieron». Es la esperanza con la que viajará Carlos Blasco. No teme ni al idioma —«allí habla inglés hasta el frutero»— ni a la distancia, porque «en tres horas y por muy poco dinero vienes en un vuelo low cost». Los únicos inconvenientes que ve son «las condiciones meteorológicas y la gente, que es más cerrada» que en España. «Son bastante cuadriculados; mi hermano estuvo un año con una beca Erasmus y con los que menos se relacionó fue con los alemanes». Por lo demás, Carlos está dispuesto a hacer las maletas hoy mismo.

«Aquí nunca he tenido problemas para poner en marcha todo aquello que me he propuesto»

En septiembre pasado las hizo Igor Oya. Natural de Bergara (Guipúzcoa), trabaja desde entonces en el departamento de Física de la Universidad Humboldt, en el estudio de astronomía de rayos gamma, formando parte de un experimento en el que participan unos 150 investigadores de diferentes países. «Pues ya verás cuando vayas poco a poco haciendo tu camino aquí; cada vez te vas a sentir más cómodo y vas a acabar quedándote», le comenta desde la experiencia María Ramos. Esta soriana aterrizó en Berlín a finales de 1971. Su entonces marido, también español, llevaba trabajando allí seis años en la construcción. «Me vine en principio para dos meses y aquí me tienes aún», confiesa, entre risas.

«Aquí nunca he tenido problemas para poner en marcha todo aquello que me he propuesto —sigue María—. Mi primer trabajo fue en la cantina de una comisaría de Policía; de ahí pasé a montar yo la mía propia, después abrí una tienda de quesos en el barrio de Steglitz y al tiempo la amplié vendiendo además productos españoles, y desde 2000 hasta ahora, que me acabo de jubilar, he tenido una tienda, también de productos españoles, en el mercado Markthalle en Kreuzberg». Igor, recién llegado, escucha su historia con atención, como si de cada frase quisiera exprimir ese aliento siempre preciso en el comienzo de una nueva etapa. «Que sí, hijo, que como pone aquí en este trozo de muro, Das kannst du auch, “tú también puedes”», señala María.

«Aquí no hay otra cosa más que trabajar, trabajar y trabajar. Los alemanes tienen un gran respeto al trabajo y yo desde el principio aprendí eso», añade Gregorio Pardillos (57 años, 32 de ellos en Berlín), propietario de «Don Quijote», uno de los restaurantes españoles más antiguos de la capital alemana. «El espíritu de superación es fundamental, y sí que veo que esta lección debe traerla bien asumida quien venga tanto a través de los convenios que se vayan a establecer entre España y Alemania, como quien lo haga por su propia iniciativa. Tienen que cambiar el chip, porque es cierto que si quieres, puedes, pero solo tras mucho esfuerzo», señala María Pérez, quien precisamente ahora regenta la tienda de productos españoles que durante tanto tiempo tuvo María Ramos en Kreuzberg. Y tiene otro consejo más: «Creo que será muy bueno para España que mucha gente salga y conozca mundo y después vuelva con aires nuevos y nuevas ideas».

Más formados que entonces

A esta tesis se suma Silvia Espílez, que llegó en 2008 a Berlín con unas prácticas en un despacho de abogados, y al final la contrataron. «Yo sí que animo a la gente a que se vaya fuera; toda persona debería tener una experiencia lejos de su lugar de origen, pues esto abre mucho la mente». Y María Ramos añade que «lo que diferencia a los que llegan ahora de aquellos españoles que fueron a Alemania en los años 60 es que ellos tenían los pies aquí, pero la cabeza en España. Su objetivo era trabajar aquí para hacer dinero y volverse. Es cierto que muchos de aquellos ya echaron raíces aquí y al final se quedaron. Pero yo me vine y en mi ánimo no estaba volver. No digamos ya de los jóvenes de ahora, más formados y sin la presión de entonces de tener que mandar dinero a la familia o preparar el regreso a España. Ahora no hay esa urgencia de volver», apunta.

«Los españoles de hoy vienen sin un propósito inicial de regresar»

Un ejemplo de ello es Rodrigo Álvarez. En 2006, aterrizó en Berlín procedente de Alcobendas. Considera que «los españoles que están viniendo tienen una mayor formación y expectativas diferentes: vienen más bien con la idea de empaparse de la vida berlinesa y sin un propósito inicial de regresar».

«Los que estamos yendo al extranjero de un tiempo a esta parte lo hacemos porque buscamos más oportunidades de crecer profesional y personalmente. Pero puede que el panorama cambie si cada vez es mayor el número de jóvenes que tengan que marcharse de España porque en verdad no encuentren nada allí, y que, por tanto, se vuelva otra vez a emigrar por obligación», valora Igor. Él también cree que España no está haciendo un buen negocio con esta fuga de cerebros: «Para los titulados españoles que no ven salida laboral en España, yo veo muy bien medidas como la de esta colaboración bilateral entre aquí y allí. Pero para España como país, que es en definitiva quien se ha gastado el dinero en formar a todas estas personas, es una pérdida cualitativa muy importante, porque se le va capital humano cualificado que aprovechará otro país para su propio crecimiento. Tiene que cambiar el planteamiento para evitar esto».

«Sobre todo aprecio de aquí que se nos permita desarrollar gran parte de nuestro potencial», comenta David de la Torre, gaditano de nacimiento y berlinés desde hace ocho años. A lo que José Ferro, ingeniero industrial, añade que, al contrario que en otros países, «en España hay muchas variables ajenas a ti que determinan que llegues o no a tu meta profesional».

«¿Valientes? Pues sí: valentía tienes que tener para dar el paso de decir “Me voy” a irte de verdad. Yo tenía un pálpito de que todo iba a salir bien y dejé un comercio que tenía en Bilbao y me vine en 1994 porque mi marido es berlinés y tiene trabajo aquí», cuenta desde Berlín Guadalupe Fano, Lupe, natural de la capital vizcaína.

«Cuanto antes, mejor»

A miles de kilómetros de distancia, un grupo de alumnos se afana por aprender el alemán en una academia madrileña. Uno de ellos es Andrés, 21 años, estudiante de Comunicación Audiovisual. Al preguntarle, contesta rotundo: «Me quiero marchar a Alemania, cuanto antes mejor. Iré a trabajar en lo que sea». Frente a él, en la misma mesa, Carlos, 22 años, también se muestra decidido. El año pasado terminó la carrera de traductor y ya ha pedido una beca para marcharse. «No me importaría quedarme a vivir allí. Además, si quieres volver, coges un avión y en tres horas estás aquí». El profesor de Andrés y Carlos se llama Eric, es alemán e hizo hace 15 años el camino inverso, desde su país a España. Asegura que, en contra de lo que se cree, «el alemán no es difícil, sobre todo si se tiene una buena base de inglés». ¿En cuánto tiempo aprendería el idioma un alumno que comenzase de cero? «Si acude a clase todos los días durante seis meses y lo completa con una estancia en el país, en septiembre no va a poder leer a Goethe, pero sí va a poder desenvolverse en la vida diaria», apunta.

Las academias de idiomas han notado esta necesidad de marcharse a trabajar fuera de España

Las academias de idiomas han notado esta necesidad de marcharse a trabajar fuera de España. Alejandro Anadón, de Enforex, asegura que «ha habido un incremento notable sobre todo de los cursos en el extranjero, en torno al 30 por ciento». Una tendencia que coincide básicamente con un estudio reciente del Departamento de Movilidad Internacional del Grupo Adecco, según el cual un 50 por ciento de los demandantes de empleo abandonarían España por un sueldo igual o incluso menor que el que reciben aquí. Cifras impensables hace apenas tres años.

Ingenieros y arquitectos

Los países que siguen gozando de mayor demanda para intentar encontrar un trabajo son Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Italia, Alemania y Portugal. Sin embargo, las naciones escandinavas, sobre todo Noruega y Suecia, comienzan a a despertar más interés, pasando de un 5 a un 15 por ciento de las solicitudes. El perfil del que se marcha es un hombre de entre 25 y 35 años, altamente cualificado y proveniente de las ramas de ingeniería, arquitectura o informática. Justo lo que quiere la todopoderosa Angela Merkel. Además, en el caso de los españoles, no hay barreras legales para su contratación. «Es mejor conseguir fuerza laboral que provenga de Europa, que tener que volver a cambiar las leyes de inmigración», razona Max Straubinger, miembro de la Unión Socialcristiana (CSU), socio de la coalición gobernante en Alemania. Ante la que se avecina, las administraciones comienzan a prepararse. Victoria Cristóbal, de la Comunidad de Madrid, considera prioritario ayudar «desde el minuto uno» a los nuevos emigrantes, sin olvidarse de los que se marcharon y ahora vuelven. «Tenemos la obligación de que el retorno sea lo más fácil posible», asegura la responsable de la Agencia Madrileña, que colabora con la asociación «Apoyar» en esa labor de encauzar los problemas escolares, de identidad y de adaptación al medio social en España de los retornados.

Un viaje de ida y vuelta que no se plantea Carlos Blasco. «Si me va bien, me quedo». Y dentro de unos meses, dirá a otros aquello de «vente a Alemania, Pepe». Con la diferencia de que, esta vez, Pepe es licenciado o arquitecto. Y con un poco de suerte hasta le llamen «Don José».

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