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BARCELONA AL DÍA

LA CORRUPCIÓN Y LA CHISPA DE LA VIDA

CUALQUIERA que haya visto unos cuantos capítulos de esa serie titulada «Mad Men» sabrá que un buen publicitario es aquel que mete la botella de Coca Cola en el velero y no el velero en la botella de Coca Cola, porque éste es más bien cosa de lobos de mar jubilados. Y el protagonista de la serie, el director creativo Don Draper, al que le llega la raya del pantalón hasta la misma punta del zapato, es de esos capaces de involucrar a Dios en el aroma de una taza de café... La publicidad ha sido una de las bellas artes del pasado siglo, sí, pero en éste que galopamos da la impresión de que va a adquirir la precisión de las matemáticas, la importancia de la ciencia y la persuasión de lo religioso. Una campaña publicitaria le da la vuelta al mundo, en ambos sentidos, el literal y el figurado.

Uno no sabe si le gusta la Coca Cola o le gustan sus anuncios, pero el caso es que llevan décadas modelando la idea de que con una botella en todo lo alto y sin camisa se pasa estupendamente. Y en su última campaña promocional han conseguido varios milagros al tiempo; el primero de ellos es darle, precisamente, la vuelta a nuestro mundo: por cada persona corrupta hay ocho mil donantes de sangre..., que es un modo preciso, científico y persuasivo de que la vida no pierda del todo su chispa.

Sabiendo ya eso, que los donantes son muchos más que los corruptos, a uno ya no le abochorna tanto el hecho de que se cree una oficina antifraude y haya uno de sus cargos imputado por soborno, sea o no al tiempo donante de sangre, porque en ese sentido la publicidad es muy precisa y nunca dice que no se puedan ser ambas cosas a la vez. Según los responsables de la marca, los datos que se ofrecen provienen de un estudio realizado en el mundo el pasado año, y son al tiempo sorprendentes y esperanzadores: unos niños cantan que por cada científico que diseña un arma nueva hay un millón de madres que hacen una tarta de chocolate (ahí es más complicado la coincidencia: madre científica que hace una bomba y luego una tarta de chocolate, salvo en esos casos en que la tarta es en sí misma una bomba), y que por cada muro que se levanta hay miles de hogares con un felpudo que pone «welcome» y que se imprimen menos billetes de curso legal en el mundo que billetes del Monopoly.

La realidad es la que es, y sería mucho mejor que no fuera esta bebida atractiva la que nos permite tragárnosla sin hacer ascos, pero..., mientras el panorama de la corrupción no se arregle lo mejor será irse comprando un felpudo que ponga «welcome» y un buen whisky para echarle a la Coca Cola.

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